Cuando armamos el árbol, dejamos el pesebre sin Niño. Porque todavía no había nacido. Y hablamos una vez más de las penurias de María y José por encontrar un lugar para que naciera y de lo exótico de haber nacido entre animales, sin una cuna, sin ropa, sin juguetes, sin nada. Y pensamos en algo que habíamos leído acerca de Jesús que fue la encarnación del Amor, como Mozart de la música. Y vivimos el nacimiento. Pero el pesebre quedó sin Niño.
Después llegó Caribdis. Surgieron las listas de regalos porque de vez en cuando está bien jugar a que somos niños y pedirle a Papá Noel. Y dale que es cierto y todavía creemos. Y entonces las jugueterías y los precios desorbitantes y no importa porque estoy cumpliendo los deseos de los que más quiero. Y las colas en las cajas. Y las colas para envolver los regalos. Y vos qué le compraste? Que le falta en la lista? Y no compremos repetido. Y me olvidé de comprarle a tal que no iba a venir pero vino. Y este color creo que no le va a gustar. Y a él le compré menos que a ella. Y el que se ofendió. Y tener cuidado que no se ofenda el otro. Que todo esté bien. En armonía. Porque en Navidad todo tiene que estar bien. Y la familia, la propia, la que creció a través de nuestros hijos y sus hijos, la nueva que supimos adquirir, la que dejamos atrás pero no la dejaremos nunca... todos tienen que estar bien y quererse. Porque en Navidad nació el Amor.
Y llegó el momento de abrir los regalos, cuando estabamos al borde de nuestras fuerzas. Y la capacidad de disfrutar se mantenía a puro Amor. Recién nacido.
Pero Caribdis no se iba.
Y un día después, la cunita de Jesús estaba vacía.
Nos habíamos olvidado.
Tal vez poniéndolo sea la forma de agarrarnos fuerte de la rama, como Ulises y salvarnos de la furia de Poseidón.