jueves, 30 de octubre de 2008

Código


Una palabra. Una frase. Una combinación de palabras.

Y estalla el contacto, el recuerdo, la risa.

No se puede compartir. Salvo con ella.

Con la persona con la que se lo vivió.

Ese código en común las hace inseparables.

Insustituibles.

Es sacrílego contarselo a otro.

Es rebajarlo a la sonrisa complaciente de alguien que escucha sin entender.

Es sacarlo de contexto.

Es sacarlo de la intimidad de dos amigos.

domingo, 26 de octubre de 2008

Dos realidades


La vivida y la contada.

Si se vive algo y no se cuenta queda allí, con una existencia fuerte, profunda, íntima. Con el tiempo parece un sueño. Se empieza a dudar de que haya pasado de verdad.

Si se cuenta pasa a tener otra dimensión. Modificada ineludiblemente por el efecto que el que cuenta piensa que tendrá en el que lo está escuchando. Y también por el oyente que la está interpretando a su manera. Y ni quiero seguir pensando en si se cuenta a un tercero.

Lo que sí es seguro es que una vez que se cuenta, la realidad toma cuerpo. Un cuerpo prestado, como un dibujo imperfecto de lo que pasó. Pero queda plasmada y no se borra. Sin embargo no se duda de su existencia. No se la confunde con un sueño.

Pasa a ser esa la realidad. Por eso hay siempre una necesidad imperiosa de contar. Como de sacar fotos y mostrarlas.

Callar es vivir sin fotos.

Por eso la otra realidad, la callada, la secreta, nadie puede creerla.

domingo, 12 de octubre de 2008

Haciéndose quedar bien


Me llama la atención la ingenuidad con que se usa el recurso de relatar algo de sí mismo con el solo objeto de hacerse una autopublicidad. Pero como si lo dijera otro. A veces, cuando me toca presenciarlo, me siento subestimada.

Si, ya se, es medio confuso lo que estoy diciendo. A lo mejor puedo hacerme entender con algunos ejemplos:


- El otro día fuí al médico y le pregunté qué era esto que tenía en la panza. Y me dijo: ¡Fibras!! Pura fibra.
- Mi hija la conoció a la nueva mujer de X. Dice que es un bagre, que nada que ver conmigo!

- Estaba hablando con Fulano y me dijo que él le había dicho que pensaba que yo era alguien muy especial, que nunca había conocido a una persona como yo.
- Yo le escribí un mail y me contestó: qué bien escribís, sos clara, concisa, muy inteligente.
- Lo que pasa es que yo cuando me comprometo con algo, siempre lo cumplo. Y ellos no están acostumbrados a eso...

- Yo tengo un defecto: digo siempre la verdad...

- Me preguntó si yo hacía algún tratamiento porque no tenía nada de celulitis. Le dije que no, que para nada, que era así, un regalo de la naturaleza...

- Si yo fuera ella y leyera el mail que me escribió ¡lo mato!

- Yo soy un desastre, no uso cremas, no me saco el maquillaje, tomo sol... la cosmetóloga se sorprendió. Dijo que debe ser genético, mi madre tenía la piel igual...

- Me preguntó cómo me entrenaba y le dije que corría 12 km todos los días y que nadaba 50 piletas todas las tardes y que además...Claro, dijo, tenés un estado físico increíble...


Me ponen incómoda esos comentarios. Siento algo así como vergüenza. O que tengo que hacer la que me creo que estoy oyendo el comentario del otro. Y no el de ella misma sobre sí misma. O el de él mismo sobre sí mismo (porque el fenómeno no es exclusivamente femenino) Que no me doy cuenta de su recurso de autopromocionarse. Siento que me hago cargo de la estupidez del otro.

jueves, 2 de octubre de 2008

2 de octubre de 1971


Hace 37 años que empezó esta adicción a viajar. Esta necesidad de alejarme, de descubrir un mundo nuevo y de sentir el desafío de despojarme de todo para ser yo misma en otra parte.
En esa fecha me fui a España con una beca y muy poca plata a probar suerte.
Y volví por supuesto unos cuantos meses después.
Y nunca dejé de volver.
Ni de irme.

Volver


A mi otra parte.

A veces no sé si empiezo el invierno o el verano. Tanto es mi reparto entre los dos hemisferios.

Y vuelvo. A ser la que dejé, la que suelo ser. Y no me quedo tan cómoda. Porque hay otro pedazo de mí que está más en su piel en otro lugar.

Ya sé que me iré reencontrando. Pero me resisto, porque lograrlo es como renunciar a mi otro yo. Como traicionar a la que soy capaz de ser, tan lejos . Y tan cerca de mí misma.

Suena medio esquizo, pero no me duele tanto.

Me gusta saber que soy capaz de borrarme y renacer.

De ser una y la otra. Y yo misma cada vez

Y sentir que Dorking es mi casa. Y que Paris despierta lo más atrevido de mí ( aunque esta vez no pudo ser) Y que los lugares nuevos me hacen dar cuenta de que todavía me falta mucho mundo.

Y que, sin embargo, Buenos Aires, tan golpeada, tan sucia, tan agresiva como la encontré esta vez, sigue siendo mi vida. Donde raíces importantes me harán regresar. Siempre.