martes, 24 de mayo de 2016

Planchar

Desde que Mr Carson planchaba los diarios para que el conde de Grantham, en Downton Abbey,  no se ensuciara las  manos al leerlos, hasta hoy, no se avanzó un milímetro. Filosóficamente hablando.
Claro, ya no hay que calentar la plancha sobre el fuego, ni ponerles carbón ardiente. Ahora tienen dispositivos que regulan el vapor, termostato, control antiquemado, control gasto de energía, pero nada evita el fondo de la cuestión.
Pongamos por ejemplo un piyama de esos camiseros, que compramos para el día del padre cuando ya no sabemos qué regalar. O a los chicos porque nos parecen "de señor". Para plancharlos se usa el mismo método que para una camisa de vestir: primero el cuello del lado del revés, después del derecho, cuidando deslizar la punta de la plancha desde  el vértice del cuello hacia adentro. También están los puños si es de manga larga, que como son de doble tela suelen arrugarse de un lado cuando planchamos el otro. Tienen bolsillos, ojales que están hechos sobre el género en doblez. Para que queden perfectos, le dedicamos unos diez minutos. 
 Lo mejor es que lo planche siempre la empleada porque si la mujer se tiene que acostar y presenciar la escena del marido metiéndose en la cama con ese traje impecablemente planchado por ella, arropándose con el edredón, a lo mejor intentando abrazarla o decidido a descansar en posición fetal, puede llegar a sacárselo a los tirones, ponerse a gritar y prohibirle que lo use nunca más. Sólo cuando haya una ocasión muy especial:  un casamiento, o el domingo para ir a Misa. 
Usar traje con camisa y corbata para ir a trabajar es tan incomprensible como usar redingote o corset. 
El esmero en planchar la camisa es superior al del piyama por supuesto y hay géneros rebeldes: planchamos la charretera y se arruga la espalda, planchamos el puño y se arruga la manga. Todo para que después se pongan la corbata, el saco y de la camisa sólo se vea el cuello, que se estropeó mientras nos esmerábamos con la pechera. 
¿Y hay algo más ridículo que planchar un calzoncillo de tela?
Siempre que leemos sobre la historia de la humanidad llegamos a la conclusión de que todo sigue igual: la ambición por el poder, las guerras, el egoísmo del hombre. 
Misma conclusión con la plancha: el avance es sólo tecnológico pero detrás está siempre el servilismo puesto al servicio de la insensatez.

domingo, 22 de mayo de 2016

Mi vida en prendas

Cuando me visto y pienso en la que voy a ser dentro de ese vestido, estoy fundiéndome en una prenda para ser ella. Juntas dejamos un rastro imborrable. Somos una. Un par de zapatos, un pantalón con el que nos sentimos seguras, un buen sombrero, nos puede cambiar la noche. O el día, o tal vez, según el efecto producido, el rumbo de una vida.
Como ese viejo jean de corderoy lila que encontré hoy en el baúl de ropa que no uso. Añoré la que fui el día que me lo puse. Será una frivolidad responsabilizar a un pantalón, pero tal vez, sin él, habría dudado,  mi capacidad de seducción bajado algunos puntos, y la vida habría seguido su inercia esperada.
O ese que encontré una mañana de domingo en el Rastro de Madrid.  También envidié a esa otra yo, feliz, bajo una llovizna que apuraba a decidir y lo compré, en un impulso, sin probármelo.
Me puse el sombrero verde que usé aquella noche para ir al teatro y no pude rescatarme. Me había ido confundida en el fieltro de su olvido.
Pagaría un alto precio en años por ser la que tenía puesto ese sacón gris cuando lo conocí en Paris.
Hoy, en el otoño de mi vida, soy otra. Otros trapos me harán jugar nuevos roles.
Y sin embargo soy ellas. Todas.
Vuelvo a cerrar el baúl, bien fuerte, para que no se escapen y dejen un poco de lugar para nuevas historias.