martes, 21 de agosto de 2012

No queda tiempo



Lo valioso de todo lo que mi energía es capaz de hacer, se debe a que ya no queda tiempo.
No hay tiempo para que viva en Paris
No hay tiempo para que me enamore en Dublin
Tal vez sí para que baile música irlandesa en un pub la próxima vez que vaya.
O mejore mi italiano, o que vaya a Praga o de conocer Lisboa.
No hay tiempo para que mi inglés sea tan fluido como para que compartamos códigos con Juanis y Cata
No hay tiempo para que pueda leerlo de corrido cuando Juanis publique su primera obra.
Ni de disfrutar de la literatura inglesa con la que me identifico y ellas son parte.
No hay tiempo para escribir y publicar varias novelas.
Mucho menos de hacer de la literatura mi profesión
Ya no queda tiempo de ese que apuramos para llegar a lo prohibido
No hay tiempo para estar cada año un mes en los países que más me gustan
No lo hay tampoco para aprender música de una manera distinta a la que la aprendí.
De leerla representando en mi cerebro la melodía.
Ni siquiera hay tal vez para sobrevivir a un perro como Atu.
No lo hay, seamos realistas, para ser la misma abuela vital con los nietos que vendrán.
NO hay tiempo para leer todo lo que me queda por leer.
NO hay tiempo para ser piloto de un aeroplano
ni para empezar otra vez

Es rarísimo  que no de el tiempo para poner en práctica lo que tengo ganas y energía para llevar a cabo.
Es como tener combustible para llegar a Alaska y que el auto nos deje acá no más.

Esto no es triste
La eternidad lo estropearia todo. Como pierden valor los amores eternos.
La felicidad que dura más de un instante, la soledad cuando es muy larga.
Si tuviera frente a mí la cantidad de años que ya viví no sabría qué hacer.
Tal vez lo desperdiciaría trabajando o juntando plata para tener un final digno
No vería el valor de la lentitud y seguiría devorando horas y días sin retenerlos

Prefiero vivir así, con mis asignaturas pendientes, pensando que me quedará  mucho sin hacer.





domingo, 5 de agosto de 2012

Pérdida de la inocencia





Cuando estaba por cumplir 30 me creía una mujer llena de experiencia. De todo tipo, incluída la literaria. Desde chica leí sin parar. Era la época de Doña Flor y sus dos maridos. Después vinieron Teresa Batista cansada de guerra y todas los libros de Jorge Amado que me hicieron conocer San Salvador de Bahía y todos esos pueblitos brasileños con su música, sus supersticiones y comadreos de barrio. Mucho antes de haber viajado
Una historia que me marcó fue Confesiones de Fray Calabaza de Mauro de Vasconcelos. Si, el de la Planta de Naranja Lima. Me acuerdo de haberlo leído mientras hacia una guardia de una inmobiliaria en un departamento que estaba a la venta. Un posible cliente tocó el timbre y tuve que bajar a abrirle con mucha vergüenza: tenía la cara desfigurada por el llanto.
Como tantos libros que presté, nunca volvió a mis manos.
El otro día lo encontré, usado, en la Av. Corrientes. Lo compré y no veía la hora de llegar a casa para zambullirme en su lectura. No esperaba a nadie, podía llorar hasta cansarme.
Desilusión profunda. Me pareció obvio, lleno de lugares comunes, recursos  tan falseados que no podían ni siquiera emocionarme. Lo abandoné en la segunda página.
La recomendación había venido de mí misma. No podía hacer responsable a nadie de tan mal gusto. Me sonaba casi patológico no reconocerme en la lectora que yo había sido hace solo unos años.
 Ahora necesito mucho más para movilizar mi placer intelectual, para provocarme emocionalmente. Ahora ya se. Y no me creo nada.
En los treinta años que siguieron a mi lacrimógena lectura de Fray Calabaza leí mucho más que lo que había leído antes de ese libro. Eduqué mi paciencia, puedo disfrutar de párrafos largos y descripciones como la de toda la literatura del siglo XIX, al traducir me puse más exigente con la gramática, puedo leer entre líneas, disfruto más el estilo que la historia en sí misma. Crecí
Al crecer, se me abrió un abanico literario que no podía comprender cuando era muy joven.
Pero también perdí otro. Y ya no hay vuelta atrás
No era una suma. Era una opción
La calidad a cambio de mi inocencia