jueves, 28 de julio de 2016

Pierre

PIerre en un adolescente de 91 años.  Filósofo, francés, con un inteligente sentido del humor, mochila de teen ager y equilibrio de noventa décadas ( se bambolea al caminar)   Pierre es mi paciente desde hace años. Su "compañera de vida" como él la diferencia de su mujer quien falleció hace unos años, Nicole, es su amiga y comparten una vida muy independiente.
Mi segundo idioma es el francés. Pero nunca tengo con quien hablarlo. Y me inhibe hacerlo porque me exijo una perfección que no pretendo en otras lenguas. Por eso cuando Pierre y Nicole vienen a mi consultorio les hablo en español.
Hoy entre ellos hablaban en francés y me atreví a meterme en su conversación y en su idioma. Nicole alabó mi francés. Yo sabía que era un cumplido porque caí en varios errores.  Pero hablamos de literatura, de gramática, del francés moderno y el del siglo XIX que es el que más leo.
Nicole me ofreció que fuera a su casa, que está a dos cuadras de la mía, para que conversáramos en francés, de literatura y de los temas que nos gustan.
Mientras, le tomé las impresiones del oído a Pierre, que es muy sensible y todo lo impresiona. Cuando le puse la pasta en el oído se puso a cantar  y se movía.
- Ne bougez pas, ne bougez pas! Le decía Nicole.
Yo me reí mucho. Y le decía, en francés, que el problema era que él cantaba y bailaba.
Pierre dijo:
- ¡Cuanto hacia que nadie se reía tanto de lo que yo hago! . ¿ Cuando vas  a venir a casa, Vicky?

martes, 24 de mayo de 2016

Planchar

Desde que Mr Carson planchaba los diarios para que el conde de Grantham, en Downton Abbey,  no se ensuciara las  manos al leerlos, hasta hoy, no se avanzó un milímetro. Filosóficamente hablando.
Claro, ya no hay que calentar la plancha sobre el fuego, ni ponerles carbón ardiente. Ahora tienen dispositivos que regulan el vapor, termostato, control antiquemado, control gasto de energía, pero nada evita el fondo de la cuestión.
Pongamos por ejemplo un piyama de esos camiseros, que compramos para el día del padre cuando ya no sabemos qué regalar. O a los chicos porque nos parecen "de señor". Para plancharlos se usa el mismo método que para una camisa de vestir: primero el cuello del lado del revés, después del derecho, cuidando deslizar la punta de la plancha desde  el vértice del cuello hacia adentro. También están los puños si es de manga larga, que como son de doble tela suelen arrugarse de un lado cuando planchamos el otro. Tienen bolsillos, ojales que están hechos sobre el género en doblez. Para que queden perfectos, le dedicamos unos diez minutos. 
 Lo mejor es que lo planche siempre la empleada porque si la mujer se tiene que acostar y presenciar la escena del marido metiéndose en la cama con ese traje impecablemente planchado por ella, arropándose con el edredón, a lo mejor intentando abrazarla o decidido a descansar en posición fetal, puede llegar a sacárselo a los tirones, ponerse a gritar y prohibirle que lo use nunca más. Sólo cuando haya una ocasión muy especial:  un casamiento, o el domingo para ir a Misa. 
Usar traje con camisa y corbata para ir a trabajar es tan incomprensible como usar redingote o corset. 
El esmero en planchar la camisa es superior al del piyama por supuesto y hay géneros rebeldes: planchamos la charretera y se arruga la espalda, planchamos el puño y se arruga la manga. Todo para que después se pongan la corbata, el saco y de la camisa sólo se vea el cuello, que se estropeó mientras nos esmerábamos con la pechera. 
¿Y hay algo más ridículo que planchar un calzoncillo de tela?
Siempre que leemos sobre la historia de la humanidad llegamos a la conclusión de que todo sigue igual: la ambición por el poder, las guerras, el egoísmo del hombre. 
Misma conclusión con la plancha: el avance es sólo tecnológico pero detrás está siempre el servilismo puesto al servicio de la insensatez.

domingo, 22 de mayo de 2016

Mi vida en prendas

Cuando me visto y pienso en la que voy a ser dentro de ese vestido, estoy fundiéndome en una prenda para ser ella. Juntas dejamos un rastro imborrable. Somos una. Un par de zapatos, un pantalón con el que nos sentimos seguras, un buen sombrero, nos puede cambiar la noche. O el día, o tal vez, según el efecto producido, el rumbo de una vida.
Como ese viejo jean de corderoy lila que encontré hoy en el baúl de ropa que no uso. Añoré la que fui el día que me lo puse. Será una frivolidad responsabilizar a un pantalón, pero tal vez, sin él, habría dudado,  mi capacidad de seducción bajado algunos puntos, y la vida habría seguido su inercia esperada.
O ese que encontré una mañana de domingo en el Rastro de Madrid.  También envidié a esa otra yo, feliz, bajo una llovizna que apuraba a decidir y lo compré, en un impulso, sin probármelo.
Me puse el sombrero verde que usé aquella noche para ir al teatro y no pude rescatarme. Me había ido confundida en el fieltro de su olvido.
Pagaría un alto precio en años por ser la que tenía puesto ese sacón gris cuando lo conocí en Paris.
Hoy, en el otoño de mi vida, soy otra. Otros trapos me harán jugar nuevos roles.
Y sin embargo soy ellas. Todas.
Vuelvo a cerrar el baúl, bien fuerte, para que no se escapen y dejen un poco de lugar para nuevas historias.

sábado, 16 de abril de 2016

Nostalgia equivocada.


Escucha hoy un tema de Henri Salvador e inmediatamente le viene a la memoria esa cena a la luz de una vela, ese encuentro de miradas. Ella diciendo:

- ¡Escuchá!
- ¿Qué?
- Este tema… ¿cómo se llama él? Henri … me fascina, es viejo, creo que vive en Martinica. ¿Lo ubicás?
- No.
. ¡Si! Henri Salvador!,  y el tema, pará, hagamos silencio.

El vino, la situación y Henri cantando "Ma chère et tendre" hacen que la situación sea, para ella,  única.

Él adora su entusiasmo, la mira enamorado. Ella le empieza a contar el conflicto del hijo de Henri que nunca fue aceptado por su padre. Y se pierde en disquisiciones acerca de que
es mejor separar la vida privada para disfrutar al artista.
Él emite alguna opinión. Sigue la conversación, pero piensa en que tiene ganas de abrazarla. No escucha a Henri. Posiblemente no lo reconozca si lo oye alguna vez. No registró ni el nombre. Y esa situación pasa a su olvido.

La nostalgia que le produce hoy el tema de Henri, no es nostalgia de él, es nostalgia de ella misma cuando inspiraba ese amor en él.




domingo, 21 de febrero de 2016

Como ella

Si mi color de pelo fuera el real. Si dejara de esforzarme por retener lo que ya se fue. Si estuviera realmente orgullosa de mis años, tanto que ni siquiera me interesara decirlo ni mostrarlo porque metiéndome en mi interior ya bastaría para estar plena. Si le diera a la literatura el lugar que se ganó entre mis intereses. Si no me desesperara por hacer que el día rindiera setenta y dos horas, si me pudiera reír de la perfección, si entendiera de una vez por todas que el esfuerzo me desgasta y no me hace más sonriente. Si me diera cuenta de que no voy a vivir más yendo a mil hasta mi no lejano último día. Si pudiera relajarme de verdad hasta que mi cara no delatara mi estrés y mi intolerancia. Si aprendiera a respetarme tal como soy, teniéndole paciencia a mi cansancio, a mi progresiva lentitud, a mis olvidos, si  tomara con humor mis intolerancias, si aprendiera a no depender de la opinión de los demás, si me sintiera segura aunque me quisieran menos por no ser perfecta, por no poder cumplir con todos, si me perdonara y me permitiera ser yo misma, tal vez sería como ella.
Hoy cuando la vi en un bar, me habría gustado que fuese un espejo.