Ante el primer capricho de una de mis hijas, mi hermana mayor ( con tintes de abuela), pronosticó que iba a conseguir todo en la vida si le seguía poniendo tanta energía a todo lo que deseaba.
Una forma de mirarlo.
Y así mirado, surge una revalorización del capricho.
Elegimos una carrera con mucho entusiasmo, pero para diplomarse hay que estar verdaderamente encaprichados, de lo contrario abandonariamos en la mitad. Siempre. Y ni digo para ejercer la misma profesión durante años.
No hay como la familia, pero solo el capricho de mantenerla unida, tal como la soñamos, hace que salteemos conflictos, ofensas e incomodidades. Si, ya se, me diran que el amor es lo que la sostiene. Pero es que el amor también se cae si no hay una fuerza endemoniadamente caprichosa que lo mantenga.
Y hablando de amor: para que dure años, hay que encapricharse segundo a segundo, enredarse en sus torturas, hacerlas placer a fuerza de capricho, mirarse y seguir viéndose eternamente jóvenes y elegidos. Encaprichadamente.
Solo el capricho de lograr una meta u obtener un resultado nos mantiene en un emprendimiento laboral.
Y la amistad? Hay amigos que pasan por nuestra vida. Pero esos que quedan para siempre, que se gozan y se sufren. Que amamos y que odiamos. Esos, sobreviven por el capricho que ponemos en quererlos a pesar de todo.
Bau tiene 8 años y cree caprichosamente en Papá Noel. Mientras dure su capricho, todos nos ocuparemos de asegurar su existencia.
Es más, hasta diría que el capricho sólo existe cuando algo vale la pena. Cuando queremos de verdad que algo exista. Y hacemos que exista. Es como una fuerza creadora.
En cuanto nace, hay que prestarle atención. Detrás hay algo que promete ser fantástico.