
-¿Con quién "las pasás"?
-Y... Noche Buena en la casa de mis viejos y Fin de Año en lo de mis suegros...
La cuestión es "pasarlas". Se produce algo como : juntémonos todos, agarrémonos fuerte, comamos hasta reventar, hasta que pase.
¿Qué es lo que tiene que pasar? El caos de tránsito, los nervios de la gente, las tiendas atestadas de gente comprando, las comilonas para despues empezar la dieta, los malosentendidos familiares, las parchadas soledades, la conciencia de las ausencias?
Fuimos llegando a este absurdo de "pasar las fiestas" como a tantos otros. Lo ideal seria que nadie "las pasara". Y que los que creemos que hace unos 2008 años nacio quien nos enseñó el amor en su mejor expresión, quien nos enseño a perdonar, a que Dios está en los ojos de un niño, en que hay que desprenderse de uno mismo para poder estar en paz, festejemos. En familia, solos, viajando, de la manera en que más nos conectemos con Jesús, que es en realidad quien cumple años.
Eso con respecto a la Navidad.
En cuanto al fin de año, quienes les gusta hacer un balance del fragmento de su vida que acaba de pasar y proyectos para el que va a venir, también es un buen motivo de festejo.
Tan lícito como no festejar nada e irse a dormir temprano para despertarse al otro día en un año que termina en un número más.
Pero eso de generalizar la obligación de festejar y reunirse. Sin sentido, solo porque asi lo exige la tradición, le hace mal a mucha gente. Que toma conciencia de su soledad, de sus conflictos familiares sin resolver o que simplemente festeja consumiendo, comiendo y sin ningún sentido.
Propongo que reunidos o no, creyentes o no, nos concentremos en el amor a los demás. No importa quien ni cuantos sean los demás, pero que sintamos ese amor verdadero, profundo, inexplicable, casi divino, que inspira otro ser humano. Y se lo demos, con sinceridad.
¡FELIZ NAVIDAD!











Hace un mes llame a un service para que arreglara un lavarropas. Paso presupuesto: $250. Acepté. Se lo llevó. No lo traía. Lo llamé. Dijo que se le había complicado un poco, que iba a salir $350. Tardó. Reclamé. Lo trajo. Por el envío y la reinstalación $ 100 más un repuesto que tuvo que comprar. Total $ 500 ( que no habría aceptado si me hubiese pasado ese precio de entrada) Pero ya estaba hecho. Lo ponemos a funcionar y las perillas estaban flojas. Reclamé. Dijo que era una pavada. Tardó en venir. Reclamé. Vino. Las ajustó. Intentamos usarlo. No centrifugaba, no cargaba agua. Reclamé. Dijo que el lo había probado y funcionaba. Insistí. No vino. Lo volví a llamar. Vino. Con muy mala onda. No se que le hizo. Funcionó en ese momento. Al día siguiente, el mismo problema. No centrifugaba, además no se llevaba el enjuague. Lo llamé. Se enojó. Dijo que el enjuague se lo podía poner adentro del tambor, junto con la ropa. Y que le pusieramos menos ropa. Le pedí que viniera. Tardó. Reclamé. Vino. No se que le hizo. Al día siguiente el lavarropas seguia con el mismo problema. Pasaron los días. Hoy me decidí a llamarlo sabiendo que no iba a ser agradable. Este fue el diálogo:
El otro día una amiga me contaba que su suegra, Lola, empezó a ponerse rara. Que vivía sola pero un hijo se la tuvo que llevar a vivir con él, que a lo mejor la internan. Y contó que todo empezó un día en que la empleada que trabajaba en su casa, tocó el timbre. Lola estaba adentro, pero decidió no abrirle. La empleada insistió y ella como si nada. Entonces la empleada, preocupada, fue a la casa del hijo y le explicó a su mujer que su suegra no abría la puerta. Alli fueron las dos con una llave para abrir, preparadas para lo peor.













