Desde chica la alegría de la Navidad se me mezcló con una tristeza chiquita, lejana, culposa, que hacía un poco ilegal la euforia por los regalos, el derecho a divertirse en la Nochebuena como eso, como la noche "más buena". El gesto de llanto contenido de mi madre nos recordaba que no se podía ser felices del todo, hasta ahí nomás. Ulpiano, nuestro papá, no estaba, y sin él, no había felicidad completa.
Pasaron los años y siempre alguna ausencia prolongaba ese sentimiento de nostalgia que enturbiaba la alegría del festejo del nacimiento de Jesús. Y no sólo porque se fueron muriendo otros, a veces el ausente estaba vivito y coleando pero en otra ciudad o festejando con amigos. Suficiente para que se instalara ese nudo en el estómago, que se derramara una lágrima en el momento del brindis o que el abrazo con quien se compartía la tristeza se prolongara un poco más.
Después vino la ramificación de la familia. Porque claro, los hijos se casan, hay maridos, mujeres que a su vez tienen padres, hermanos… y la cosa se complica. Hay que elegir con quien festejar. Y llorar a escondidas por los que no están, por la familia tan unida de antes que ahora es sólo una raíz que nos sostiene. Sabemos que aunque un año se optara por volver al tronco y festejar como antes, no sería igual. Y ese es el verdadero motivo de la nostalgia: no se puede recuperar lo que ya pasó.
El que se fue para siempre, se fue. Sólo está en nosotros. Y lo llevamos a todas partes. Con sus chistes, con su música, con su mal humor, con su encanto. Irrecuparable físicamente.
Por eso la cara de Guadalupe
¿Será que el nacimiento de Jesús trajo implícita su irrecuperable pérdida? ¿Y cada 24 y 25 de diciembre sufrimos anticipadamente la nostalgia de su ausencia?
No se, la cosa es que no hay Navidad sin nostalgia.
miércoles, 25 de diciembre de 2013
domingo, 22 de diciembre de 2013
Gracias Dios
por el aire acondicionado
porque hoy no se cortó la luz
por el alisado definitivo
por Starbucks
por el libro que estoy leyendo que me copa
por poder leerlo en francés
por el Iphone
Por mi Mac Air nueva
por Instagram
por creerme que no soy vieja
por el chocolate
por el vino
por la brótola grille
por la caipirinha
por las ojotas
por Uruguay
por Kris Kristofferson
por Milan Kundera
por Gustave Flaubert
porque siempre hay un perro en mi casa
por mi casa
por mi sillón frente a la tele
por mi miopía
por SkyFM radio
por fantasear con el amor eterno
por Bauti
por Juanita
por Catalina
por Amador
por Torino
y por sus mamás que son mis increíbles hijas
por mi intolerancia
por mi obsesión por las palabras
por mi necesidad de reírme
por mis amigas
por mis amigos
por el mar
por mi adicción a escribir
por un Oso incondicional
por mi responsabilidad
por mi irresponsabilidad
por el cine
por haber vivido los 60 y los 70
y los 80!
por haber sido una nena consentida
por creer
por Mateo y Chiara
por mis hermanas
por whatsap
por Viber
por el moka alto con leche de soja
por Fefo
por el Amor en los tiempos del desvarío
por los amores que me animé a vivir
por mis saltos en paracaídas
por mis viajes
por Paris
por Londres
por Primark
por la familia que armamos con el Oso
por los sordos
por la música
por mi cuarto
por las noches viendo una peli que me gusta
por cada minuto que me reste vivir
domingo, 8 de diciembre de 2013
Cine de los 60´y 70´
O porque Tato las prohibió o tijereteó, o porque no me daban permiso para verlas, el caso es que me perdí muchas películas de esa época.
Estaban los que se iban a Uruguay para verlas, otros las rescataron años después de su estreno. No estuve entre ellos, me colgué, dejé pasar el tiempo.
Me estoy dando un atracón: La dolce vita, El ultimo tango en París…
Los ojos que hoy las miran tienen más presbicia y menos miopía. Es igual que cuando presenciamos, ya adultos, la rebeldía de un adolescente, su despertar sexual, su atrevimiento que supone único, su convencimiento de estar descubriendo la vida y estar dispuesto a darnos una lección, a enfrentarse con el atrasado mundo de los adultos. Tanta naïveté en el relato, tan obvios los recursos para mostrar cuanto eran capaces de escandalizar, que me inspiran ternura. Y no es que no se haya atrevido Bertolucci en las escenas de El Ultimo tango, lo que pasa es que el guión hoy no es creíble.
Y es esa intención de intelectualizar, de hacer cine raro, que rompiera las estructuras de la época, la que me hace sentir como una abuela cuando escucha a un nieto argumentar con la clara necesidad de individualizarse, de hacerse diferente para crecer. Y que acompañamos con una sonrisa, porque ya pasamos por eso.
Así las miro, con la misma expresión.
Y me da pena no haberlas visto cuando todavía me podrían haber resultado creíbles..
En mi viaje hacia el pasado me reencontré también con Hitchock: Psicosis, Vértigo, Marnie y otras esperan en la lista.
Un genio que me sigue atrapando. Todavía miro escenas a través del ojal de un abrigo. Con qué pocos recursos mete suspenso en una historia en la que nos supo envolver desde el principio. Aunque claro, es tan obvia la influencia freudiana que hacia furor en la época, y de la que ya estamos de vuelta, que también me dan ganas de decirle al viejo: si, si, ya vas a ver cuando crezcas…
¿Me pasaría igual con Woody Allen si lo pudiera rever dentro de 50 años?
Estaban los que se iban a Uruguay para verlas, otros las rescataron años después de su estreno. No estuve entre ellos, me colgué, dejé pasar el tiempo.
Me estoy dando un atracón: La dolce vita, El ultimo tango en París…
Los ojos que hoy las miran tienen más presbicia y menos miopía. Es igual que cuando presenciamos, ya adultos, la rebeldía de un adolescente, su despertar sexual, su atrevimiento que supone único, su convencimiento de estar descubriendo la vida y estar dispuesto a darnos una lección, a enfrentarse con el atrasado mundo de los adultos. Tanta naïveté en el relato, tan obvios los recursos para mostrar cuanto eran capaces de escandalizar, que me inspiran ternura. Y no es que no se haya atrevido Bertolucci en las escenas de El Ultimo tango, lo que pasa es que el guión hoy no es creíble.
Y es esa intención de intelectualizar, de hacer cine raro, que rompiera las estructuras de la época, la que me hace sentir como una abuela cuando escucha a un nieto argumentar con la clara necesidad de individualizarse, de hacerse diferente para crecer. Y que acompañamos con una sonrisa, porque ya pasamos por eso.
Así las miro, con la misma expresión.
Y me da pena no haberlas visto cuando todavía me podrían haber resultado creíbles..
En mi viaje hacia el pasado me reencontré también con Hitchock: Psicosis, Vértigo, Marnie y otras esperan en la lista.
Un genio que me sigue atrapando. Todavía miro escenas a través del ojal de un abrigo. Con qué pocos recursos mete suspenso en una historia en la que nos supo envolver desde el principio. Aunque claro, es tan obvia la influencia freudiana que hacia furor en la época, y de la que ya estamos de vuelta, que también me dan ganas de decirle al viejo: si, si, ya vas a ver cuando crezcas…
¿Me pasaría igual con Woody Allen si lo pudiera rever dentro de 50 años?
lunes, 23 de septiembre de 2013
Adiós minino
Había una vez un gato negro. No compartía su vida con nadie, la consumía a fondo, libre y egoístamente. Como buen gato. Le gustaban los desafíos. Por eso por las noches, deambulaba por las vías del tren y cuando lo oía llegar, encrespaba su lomo, sus ojos amarillos se enfrentaban con las luces de la locomotora y cuando ya casi estaba encima de él, daba un salto felinesco, y recuperaba una nueva vida. Adrenalina mediante.
El no sabía que solo tenía siete y cuando se fue a jugar la octava, se le atascó una pata y el tren lo aplastó.
Por la mañana fue a parar a una pala que lo llevó a un gran tarro de basura, dentro de una bolsa de nylon de no muy buena calidad.
Los empleados de la recolección cargaron las bolsas en el camión y salieron a buscar más. Cuando iban por Av. Libertador al 16.900, altura de San Isidro, uno de ellos al bajar del camión, se enganchó con la bolsa, otro la acomodó, hicieron chistes y no se sabe cómo el cuerpo del gatito volvió a la calle. No quería dejar de vagabundear.
Alguien se apiadó de él y lo puso en la vereda. Y ahí quedó, días y días, debajo de un cartel de publicidad de la Intendencia de San Isidro.
El tiempo lo fue consumiendo, dignamente. Su pelaje ocultó su descomposición. Se fue transformando en una alfombra negra, peludita, con forma gatuna.
Zafó de que lo mezclaran con el resto de la basura y se lo tragó la tierra que es donde su cuerpo la había pasado mejor.
El no sabía que solo tenía siete y cuando se fue a jugar la octava, se le atascó una pata y el tren lo aplastó.
Por la mañana fue a parar a una pala que lo llevó a un gran tarro de basura, dentro de una bolsa de nylon de no muy buena calidad.
Los empleados de la recolección cargaron las bolsas en el camión y salieron a buscar más. Cuando iban por Av. Libertador al 16.900, altura de San Isidro, uno de ellos al bajar del camión, se enganchó con la bolsa, otro la acomodó, hicieron chistes y no se sabe cómo el cuerpo del gatito volvió a la calle. No quería dejar de vagabundear.
Alguien se apiadó de él y lo puso en la vereda. Y ahí quedó, días y días, debajo de un cartel de publicidad de la Intendencia de San Isidro.
El tiempo lo fue consumiendo, dignamente. Su pelaje ocultó su descomposición. Se fue transformando en una alfombra negra, peludita, con forma gatuna.
Zafó de que lo mezclaran con el resto de la basura y se lo tragó la tierra que es donde su cuerpo la había pasado mejor.
viernes, 20 de septiembre de 2013
"Humos de Rey"
Hace un tiempo encontré este libro - de Ricardo León- en mi biblioteca. Sus hojas casi marrones y tapas de cuero. Con esta dedicatoria:
" Dedicado cariñosamente a Ulpiano"
Lupe ( 20-08-36)
Guadalupe era mi madre, que se ve que se lo regaló a mi padre para su cumpleaños, el 20 de agosto.
Lo leí hace poco. Acá va un fragmento:
"En la torre de los airosos voladizos tenía don Carlos sus aposentos, tales sin duda como estaban siglos atrás cuando allí vivía don Lope de Ulloa... Metido Araoz en su torre, de la que no salía como no fuese para ir a la iglesia o a cazar en el monte con sus criados más fieles, rara vez le veían allá abajo ( como él acostumbraba decir), esto es, en los pisos principales de la casa, donde, a derecha e izquierda, vivían sus hijos y sus nietos, en sendas mansiones modernizadas a trechos bárbaramente con menosprecio de los gustos de Araoz y desacato a la majestad del grave y noble edificio. Decir allá abajo significaba, pues, para el señor de la torre cifrar y resumir no solamente el desamor y el desgobierno de su familia y de su hogar, sino los males del siglo, la decadencia de la patria, la corrupción de la sociedad, el mundo entero con sus codicias, ridiculeces y liviandades; allá abajo era la ingratitud, la soberbia, la sinrazón, el egoísmo, la infidelidad y la anarquía, todas las plagas del reino de Luzbel...
Convaleciente a la sazón de unas calenturas leoninas que no pudieron derribar su naturaleza de roble, tornaba don Carlos a vivir ahora, tan fuerte y áspero como antes, pesaroso de no haberse muerto, renegando siempre de su familia, de su casta, de sí mismo, de las cosas de hogaño, de la humanidad entera"
Ulpiano murió antes de que yo pudiera conocerlo y Lupe no se sentía muy a gusto con mi castiza familia paterna. Pero de vez en cuando había que cumplir con la obligación de ir a ver a la abuela Rosa, que también vivía en la torre, como Don Carlos. Recuerdo muy bien la última vez que la vi, yo tendría cinco años y me llevaron, con mi mejor vestido y con las recomendaciones de mis mejores maneras, a visitarla. Me acerqué muy temerosa a darle un beso. Y me preguntó:
- ¿Y tu quién eres?
Con mis tías y tíos siempre tuve la mejor de las relaciones. Eran el mundo de mi padre y yo veneraba todo lo que de él viniera. Pero me puse de novia con un loco suelto, no tradicional y transgresor. Se vivía el boom de los 60. No era el candidato ideal para mi familia de cuna gallega, por lo que NUNCA MÁS me hablaron. A mis tías no las volví a ver porque murieron antes de que yo me divorciara. Y a mi tío Nemo , mi padrino adorado, lo alcancé a ver una vez, le llevé a mis hijas para que las conociera, no hablamos de mi ex marido. Le perdoné que él no me hubiese perdonado porque necesitaba de esa parte de mi papá que él me ofrecía. Y al poco tiempo murió.
Lupe, mi madre, hija de vascos, tenía muchos hermanos. Entre ellos, Fito, un hombre simple casado con una señora de su edad, también muy sencilla, con la que tuvo dos hijos. Un buen día, esas cosas de la vida, lo tocó la varita mágica del amor y la pasión por una chica mucho más joven que él. Y se fugó con ella, dejándolo todo. Mi madre nunca se lo perdonó. Y cuando digo NUNCA, digo que tampoco le dirigió la palabra en el velorio de mi abuela Fermina, madre de ambos. Lo desconoció aún en el dolor más profundo que puede unir a los hermanos.
No se si ese orgullo que no permite perdonar es característico sólo de los españoles. Debe tener su explicación en su historia, en odios pasados, guerras, preconceptos que se enquistaron y son imposibles de extirpar. Pero mi familia es española por todos lados y crecí sin comprender por qué preferían la soledad, las ausencias de sus seres más queridos antes de doblegarse a su voluntad, y entregarse al más noble de los sentimientos: el perdón.
viernes, 6 de septiembre de 2013
Lolita
Estuve días leyéndolo.
Se terminó y ya nada es igual. El bar donde lo leía tiene eso, eso que tiene Humbert Humbert, su humor irónico, su psicopatía que aprendí a compartir, su amor obsesivo y prohibido. Esos moteles tan americanos, esas rutas con carteles de neón, ese auto destartalado y ese amor eterno y horrible y único y violento y tierno y abominable.
Ahora me siento en la misma mesa y abro otro libro, otra historia, de un autor francés con muchos premios, que había buscado hasta conseguirla. Tiene otro olor, otro sabor, desconocido. Tengo todavía en mí el clima de Lolita y no puedo ni quiero reemplazarlo.
Recién vi el trailer de la película. La última, con Jeremy Irons. No tiene para nada el clima del libro de Vladimir Nabokov.
Todos los autores generan un ambiente que es su esencia. Al leerlos nos metemos en eso que los va a trascender, eso que algunos llaman alma, Dios o eternidad. Leer cualquier libro de Milan Kundera es entrar en su mundo que no se parece a ningún otro. Atravesar los espejos borgianos, cruzarnos con un tigre o volver al punto de retorno es estar en Borges. Asfixiarse en el universo sin salida de un castillo, de un trámite burocrático sin fin, no poder dejar de ser un bicho horrible es transitar el universo kafkiano, irreproducible en una película. Sólo leyéndolo es posible meterse en él. Es el contacto con su esencia.
De eso se trata el ser.
No tiene nada que ver con contar una historia. Eso lo puede hacer cualquiera.
Si yo cuento la historia de Ema Zunz, es un cuento, como cualquiera. Leerlo es experimentar a Borges.
Cuando se termina un libro en el que nos metimos tanto, queda un vacío parecido a cuando alguien muy importante se va. Alguien a quien llegamos a conocer mucho
Y queda un hueco que corremos a llenar con otro libro del mismo autor. Buscamos su clima, no la historia.
Hoy me compré "Pálido fuego"
Se terminó y ya nada es igual. El bar donde lo leía tiene eso, eso que tiene Humbert Humbert, su humor irónico, su psicopatía que aprendí a compartir, su amor obsesivo y prohibido. Esos moteles tan americanos, esas rutas con carteles de neón, ese auto destartalado y ese amor eterno y horrible y único y violento y tierno y abominable.
Ahora me siento en la misma mesa y abro otro libro, otra historia, de un autor francés con muchos premios, que había buscado hasta conseguirla. Tiene otro olor, otro sabor, desconocido. Tengo todavía en mí el clima de Lolita y no puedo ni quiero reemplazarlo.
Recién vi el trailer de la película. La última, con Jeremy Irons. No tiene para nada el clima del libro de Vladimir Nabokov.
Todos los autores generan un ambiente que es su esencia. Al leerlos nos metemos en eso que los va a trascender, eso que algunos llaman alma, Dios o eternidad. Leer cualquier libro de Milan Kundera es entrar en su mundo que no se parece a ningún otro. Atravesar los espejos borgianos, cruzarnos con un tigre o volver al punto de retorno es estar en Borges. Asfixiarse en el universo sin salida de un castillo, de un trámite burocrático sin fin, no poder dejar de ser un bicho horrible es transitar el universo kafkiano, irreproducible en una película. Sólo leyéndolo es posible meterse en él. Es el contacto con su esencia.
De eso se trata el ser.
No tiene nada que ver con contar una historia. Eso lo puede hacer cualquiera.
Si yo cuento la historia de Ema Zunz, es un cuento, como cualquiera. Leerlo es experimentar a Borges.
Cuando se termina un libro en el que nos metimos tanto, queda un vacío parecido a cuando alguien muy importante se va. Alguien a quien llegamos a conocer mucho
Y queda un hueco que corremos a llenar con otro libro del mismo autor. Buscamos su clima, no la historia.
Hoy me compré "Pálido fuego"
viernes, 23 de agosto de 2013
Extraído de un teléfono
Se encontró un celular con estos SMS:
- Te estoy esperando ¿A qué hora vas a venir?
- ¿ Estás llegando?
- Estoy yendo
- ¿ Pero a qué hora vas a llegar?
- En 20 minutos
- Me llama la atención que no hayas llegado, pasaron 45 minutos ¿Por donde vas?
- Te llamé varias veces y me atiende el contestador ¿ Te perdiste?
- Contestáme el teléfono por favor
- ¿Estás viniendo? Por favor no me falles, te necesito hoy
- Sigo llamándote y me atiende una música y después el contestador ¿ donde estás? Te estoy esperando
- Ya llego señora, perdón, no escuchaba. Discúlpeme los colectivos andan muy mal
Ahora agarro y hago un corto.
- Te estoy esperando ¿A qué hora vas a venir?
- ¿ Estás llegando?
- Estoy yendo
- ¿ Pero a qué hora vas a llegar?
- En 20 minutos
- Me llama la atención que no hayas llegado, pasaron 45 minutos ¿Por donde vas?
- Te llamé varias veces y me atiende el contestador ¿ Te perdiste?
- Contestáme el teléfono por favor
- ¿Estás viniendo? Por favor no me falles, te necesito hoy
- Sigo llamándote y me atiende una música y después el contestador ¿ donde estás? Te estoy esperando
- Ya llego señora, perdón, no escuchaba. Discúlpeme los colectivos andan muy mal
Ahora agarro y hago un corto.
martes, 9 de julio de 2013
¿No será que era así?
Idear sabores nuevos en la cocina.
Compartir un buen vino hasta reír o discutir por cualquier cosa
Un café, leer el diario y comentar las noticias
Una película
Liar con problemas parecidos
Aprender a dejar pasar las imperfecciones que rompen el encanto
No esperar siempre el encanto
Entender las ganas que tiene el otro de estar solo
Desear que se vaya para disfrutar de la soledad
Y sin embargo quedarse vacía cuando se fue
Relajarse y poder mostrarle el monstruo oculto a los demás
Recorrer juntos y de entrecasa el camino que queda
Ver que la pasión no es más que un recuerdo
Que su rescoldo da fuerzas para seguir
Hasta el fin
Y que no era así...
Y que no era así...
domingo, 30 de junio de 2013
Aceptando a Hyde
Ahí está, latente. Listo para aparecer en el momento más inesperado. Nada de que hay buenos y malos. Conviven en nosotros, como microbios en equilibrio. De golpe algo pasa, se rompe el perfecto balance y actúa Teresa de Calcuta o el Asesino serial.
La educación judeocristiana nos enseñó a vivirlo con culpa. El mal es pecado y hay que combatirlo. Supongo que la idea es impedir que salgamos armados para matar a todo el que nos molesta.
Pero el monstruo es parte de nosotros y negarlo lo envalentona, lo agiganta.
Como le pasaba a La Pianista ( Isabelle Hupert) en la película de Michael Haneke, esa señora tan rígida e intachable. Tan reprimida que su monstruo sadomasoquista terminaba gobernándola.
Y cuando el malo aparece y actúa, si no caemos en la amnesia de un trastorno de identidad disociativo, lo vemos actuar de una forma deplorable. Si nos dicen algo, nos justificamos. Al bueno justificamos, al otro lo negamos. Rotundamente.
Se me ocurren mil ejemplos y no quiero caer en la vulgaridad de la política que está llena de estos casos.
Solamente me miro. Y reconozco que también soy yo la que es capaz de un acto violento en un día de furia, la que agrede con la palabra hasta destruir, la que traiciona, la que miente, la que no tolera, la impaciente.
Sí, la misma copada que comprende, que tiene paciencia, que es leal hasta la muerte, que ama hasta el infinito, la que es sensible frente a la buena literatura, la que no puede vivir sin música, la que perdona.
Por supuesto, me identifico con la segunda, odio a la primera cuando sale a relucir, la combato.
Sin embargo, sin la primera, el equilibrio se rompería y la segunda no podría existir.
La educación judeocristiana nos enseñó a vivirlo con culpa. El mal es pecado y hay que combatirlo. Supongo que la idea es impedir que salgamos armados para matar a todo el que nos molesta.
Pero el monstruo es parte de nosotros y negarlo lo envalentona, lo agiganta.
Como le pasaba a La Pianista ( Isabelle Hupert) en la película de Michael Haneke, esa señora tan rígida e intachable. Tan reprimida que su monstruo sadomasoquista terminaba gobernándola.
Y cuando el malo aparece y actúa, si no caemos en la amnesia de un trastorno de identidad disociativo, lo vemos actuar de una forma deplorable. Si nos dicen algo, nos justificamos. Al bueno justificamos, al otro lo negamos. Rotundamente.
Se me ocurren mil ejemplos y no quiero caer en la vulgaridad de la política que está llena de estos casos.
Solamente me miro. Y reconozco que también soy yo la que es capaz de un acto violento en un día de furia, la que agrede con la palabra hasta destruir, la que traiciona, la que miente, la que no tolera, la impaciente.
Sí, la misma copada que comprende, que tiene paciencia, que es leal hasta la muerte, que ama hasta el infinito, la que es sensible frente a la buena literatura, la que no puede vivir sin música, la que perdona.
Por supuesto, me identifico con la segunda, odio a la primera cuando sale a relucir, la combato.
Sin embargo, sin la primera, el equilibrio se rompería y la segunda no podría existir.
miércoles, 26 de junio de 2013
Sacrilegio en el paraíso
Consigo el libro que esperaba hacía días: " Las últimas tardes con Teresa", de Juan Marsé y con mi botín en mano me voy hacia el fondo de La boutique del libro. Mientras camino entre las bibliotecas empiezo a disfrutar el momento. No hay nadie. El sol del jardín de atrás ilumina las mesas de colores del bar más cálido del barrio. Se oye música suave que parece especialmente elegida.
El paraíso. Más no hay.
Llegó el momento. Abro el libro, dilato la lectura del primer capítulo, disfruto del prólogo mientras tomo un té riquísimo con la mejor medialuna. Estoy tan feliz que casi no me puedo concentrar, tengo que releer los párrafos. Con la literatura es como con el amor, es tanta la pasión que perdemos la razón. Hay que tomar distancia.
En ese orgiástico momento estoy cuando entra una pareja, de entre cincuenta o sesenta, poco importa. Sin libros, con celulares y expedientes. El se dirige a ella como si declamara un discurso de esos que a algunos les gusta dar desde el balcón de la Casa Rosada. Qué lindo lugar, acomodémonos al solcito, no, mejor en esta, no acá. ¿Vas a tomar algo? A ella ni se la oye. El acompaña sus frases con carcajadas estentóreas que no corresponden a lo que dice. Ella seria.
Si, claro, yo de vez en cuando doy vuelta la cabeza para mirarlos, tanta es mi sorpresa frente a semejante atropello al paraíso.
Se ve que con ella no le alcanza porque se pone a tipear en su celular un número y enseguida a vociferar estrategias de negocios, precios, risotadas supuestamente cancheras de esas que quieren decir Yo me las sé todas. Y explicaciones obvias de temas sacrílegos en ese ámbito. Que si no hay plata no hay factura. Y si no hay factura, ya sabés. Y nueva risotada.
Vuelvo a mirarlos, con la esperanza de que ella me vea, ponerle una cara, no sé, algo. Tal vez conseguir que, si es la mujer, le pida que baje la voz. También estará harta de escucharlo. A lo mejor mi mirada le sirve de apoyo a su intolerancia. Pero nada, ella manda mensajitos de texto.
Un odio incontrolable me domina y no puedo recuperar ni el éxtasis ni la magia de hace unos minutos.
Pago y me voy.
¿Por qué nos educaron para reprimir nuestros impulsos espontáneos? A veces me produce admiración el demente que baja sus barreras para hacer y decir lo que piensa. Porque con un poquito, nada más que un poquito de Alzheimer, me habría parado y acercado a su mesa para decirle:
- Perdón señor, está hablando demasiado fuerte, no me deja leer.
O bien
- Perdón señor, pero no está solo acá, a los demás no nos interesan sus negocios.
O bien
- Perdón señor, no me interesa lo que está hablando, puede bajar la voz?
O bien
- Mire señor, me tengo que ir porque me arruinó el momento
O bien
- Vos aguantás a este gritón insoportable todo el día? Yo no. Me voy
Pero no hice nada de eso. Y vine a descargar al blog.
domingo, 19 de mayo de 2013
En bicicleta
Había una vez una bici amarilla. Chiquita
Y una nena de unos 6 años que subía y no podía mantener el equilibrio. Le daba un poco de miedo. Abandonaba.
Su papá la subió de nuevo, agarró fuerte el asiento y la impulsó.
- PEDALEÁ, LA PUTA MADRE QUE TE PARIÓ!!!
Y salió pedaleando. Rápido. Con miedo. Pero sin opción.
Freud indignado. Ella rauda, veloz. Y nunca más necesitó una explicación.
Después vinieron otras bicis.
Una ruidosa que la llevaba a bailar en Miramar.
Anunciaba cuando llegaba a la noche. Y su mamá recién entonces podía dormir.
Otra que usaba para ir a trabajar en un bar en la Avenida Libertador. A la noche. Y volvía a cualquier hora. A contramano, porque era más seguro.
Hoy tiene una nueva, último regalo de su papá. Eso quería, regalarle una bici.
Y ella le hizo el gusto, se la compró. Copada. Como a los dos les gustaban las cosas.
Y ella rauda, velozmente, pedaleó 100km
Desde Dorking a Brighton, recaudando fondos para el cole de sus hijas.
y mostrándose a sí misma cuanto puede.
Pedaleá, pedaleá, la puta madre que te parió!
Feliz, en medio de flores azules en la campiña inglesa.
Y una nena de unos 6 años que subía y no podía mantener el equilibrio. Le daba un poco de miedo. Abandonaba.
Su papá la subió de nuevo, agarró fuerte el asiento y la impulsó.
- PEDALEÁ, LA PUTA MADRE QUE TE PARIÓ!!!
Y salió pedaleando. Rápido. Con miedo. Pero sin opción.
Freud indignado. Ella rauda, veloz. Y nunca más necesitó una explicación.
Después vinieron otras bicis.
Una ruidosa que la llevaba a bailar en Miramar.
Anunciaba cuando llegaba a la noche. Y su mamá recién entonces podía dormir.
Otra que usaba para ir a trabajar en un bar en la Avenida Libertador. A la noche. Y volvía a cualquier hora. A contramano, porque era más seguro.
Hoy tiene una nueva, último regalo de su papá. Eso quería, regalarle una bici.
Y ella le hizo el gusto, se la compró. Copada. Como a los dos les gustaban las cosas.
Y ella rauda, velozmente, pedaleó 100km
Desde Dorking a Brighton, recaudando fondos para el cole de sus hijas.
y mostrándose a sí misma cuanto puede.
Pedaleá, pedaleá, la puta madre que te parió!
Feliz, en medio de flores azules en la campiña inglesa.
domingo, 13 de enero de 2013
Descargar en la playa
Bajan a la playa y, junto con la ropa, se sacan las caretas. Se produce una liberación asombrosa. Desaparecen las inhibiciones y no sólo se sueltan las panzas que cuelgan desenvueltas, se destapa la indecente celulitis, aumentan las arrugas al sol. También se destapa la violencia contenida y ya no hay edad. Todo vale.
Eso debe ser descansar. Asi hay que entenderlo. Es lo que me digo, con mi mejor buena voluntad, cuando me cruzo en mi caminata por el borde del mar con esa señora que ronda la cincuentena y persigue con bolas de arena a su marido y sus hijos, disfruta embadurnándoles el pelo, la espalda acompañada de un grito desaforado de
- AJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJ!!!
Ellos ríen.
O con ese padre que estuvo todo el año sentado en la oficina y, feliz de poder correr al aire libre, trata de alcanzar a su hijito de unos 5 años, y cuando, triunfante, lo logra le tira encima un baldecito de arena. El niñito, juguetón, le grita:
- UY, LA REPUTA MADRE QUE TE PARIO!!! y salta feliz entre las primeras olas. Contento de compartir al fin un juego con su tolerante papá que, divertido, le responde con un salpiconazo de agua. Gritos histéricos, risas. Se divierten.
O con esa adolescente que se bancó al viejo todo el año, pero en el agua le da un trompón en la espalda que casi lo voltea. Enseguida viene la respuesta del jovial papá con un golpecito en la cabeza de ella que, al no poder esquivarlo, le grita:
- PARÁ PAPÁ!!!
. La mamá los mira y sonríe disfrutando la escena.
- LA CONCHA DE TU MADRE!! le dice una dulce nenita que no llega a los 8 años a su amiguita porque le tiró arena. Pero no está enojada, no, es una forma desinhibida de respuesta lúdica.
La propietaria de la concha aludida toma mate debajo de una reposera, las cuida y escucha complacida.
No sé por qué me tope con escenas tan violentas hoy. Tal vez fue lo que enfoqué. Quién sabe en qué vendría pensando. Me acordé de Barreda y, queriendo ser optimista, se me ocurrió concluir que tal vez si él hubiese jugado así cuando era chiquito, no habría matado a tiros a toda su familia.
Quizá descargar en la playa sea una buena terapia.
Aunque preferiría no presenciarla.
Sigo eligiendo las playa solitarias o las fotos de instagram que me muestran el costado lindo de la vida.
Eso debe ser descansar. Asi hay que entenderlo. Es lo que me digo, con mi mejor buena voluntad, cuando me cruzo en mi caminata por el borde del mar con esa señora que ronda la cincuentena y persigue con bolas de arena a su marido y sus hijos, disfruta embadurnándoles el pelo, la espalda acompañada de un grito desaforado de
- AJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJ!!!
Ellos ríen.
O con ese padre que estuvo todo el año sentado en la oficina y, feliz de poder correr al aire libre, trata de alcanzar a su hijito de unos 5 años, y cuando, triunfante, lo logra le tira encima un baldecito de arena. El niñito, juguetón, le grita:
- UY, LA REPUTA MADRE QUE TE PARIO!!! y salta feliz entre las primeras olas. Contento de compartir al fin un juego con su tolerante papá que, divertido, le responde con un salpiconazo de agua. Gritos histéricos, risas. Se divierten.
O con esa adolescente que se bancó al viejo todo el año, pero en el agua le da un trompón en la espalda que casi lo voltea. Enseguida viene la respuesta del jovial papá con un golpecito en la cabeza de ella que, al no poder esquivarlo, le grita:
- PARÁ PAPÁ!!!
. La mamá los mira y sonríe disfrutando la escena.
- LA CONCHA DE TU MADRE!! le dice una dulce nenita que no llega a los 8 años a su amiguita porque le tiró arena. Pero no está enojada, no, es una forma desinhibida de respuesta lúdica.
La propietaria de la concha aludida toma mate debajo de una reposera, las cuida y escucha complacida.
No sé por qué me tope con escenas tan violentas hoy. Tal vez fue lo que enfoqué. Quién sabe en qué vendría pensando. Me acordé de Barreda y, queriendo ser optimista, se me ocurrió concluir que tal vez si él hubiese jugado así cuando era chiquito, no habría matado a tiros a toda su familia.
Quizá descargar en la playa sea una buena terapia.
Aunque preferiría no presenciarla.
Sigo eligiendo las playa solitarias o las fotos de instagram que me muestran el costado lindo de la vida.
domingo, 6 de enero de 2013
Misterio en el Faro de José Ignacio
Cae la noche y desde el faro de José Ignacio surge una música que va ganando territorio. No solo invade el pueblo, sino los lugares mas tops de la temporada. Comienza al atardecer con temas de los cincuenta y sesenta para terminar, a medida que avanzan las horas, con los que hicieron furor en los setenta. Es tan poderosa que eclipsa todo intento de los DJ más famosos por imponer la suya.
Una suerte de Flautista de Hammelin hipnotiza a los jóvenes que abandonan la rítmica electrónica para bailar al compas de Creedence Clear Water Revival, The Beatles, The Rolling Stones, Trini Lopez y Elvis, como cartílagos danzantes, hasta el amanecer.
Los principales DJ que protagonizan las fiestas más importantes dicen no poder controlar lo que está sucediendo, su música es anulada por la que surge del faro, sin que ningún experto en acústica haya podido explicarlo. Incluso algunos amenazan con rescindir contratos si se les sigue impidiendo seleccionar la suya.
Otro de los misterios que no se puede resolver es la imposibilidad de entrar al faro por la noche. Ninguna de las llaves puede abrirlo. En cambio, cuando la música se va disolviendo con las primeras luces del día, la cerradura vuelve a funcionar, girando la llave sin ningún inconveniente. Se ha inspeccionado el faro de arriba a abajo sin encontrar ningún indicio del misterioso DJ
Los profesionales damnificados sugieren tirar abajo la puerta del faro por la noche o entrar de día y permanecer encerrados para develar el misterio. Pero por simple que parezcan estas soluciones siempre surge algo que frena a los voluntarios que las podrían poner en práctica.
Un pescador asegura que todas las mañanas ve a un eximio nadador dirigirse desde las rocas hasta perderse en el horizonte. Su imaginación, posiblemente poseída por el mito del faro, hasta lo hace asegurar que lo oye silbar mientras nada hasta hacerse un punto en la lejanía.
Una suerte de Flautista de Hammelin hipnotiza a los jóvenes que abandonan la rítmica electrónica para bailar al compas de Creedence Clear Water Revival, The Beatles, The Rolling Stones, Trini Lopez y Elvis, como cartílagos danzantes, hasta el amanecer.
Los principales DJ que protagonizan las fiestas más importantes dicen no poder controlar lo que está sucediendo, su música es anulada por la que surge del faro, sin que ningún experto en acústica haya podido explicarlo. Incluso algunos amenazan con rescindir contratos si se les sigue impidiendo seleccionar la suya.
Otro de los misterios que no se puede resolver es la imposibilidad de entrar al faro por la noche. Ninguna de las llaves puede abrirlo. En cambio, cuando la música se va disolviendo con las primeras luces del día, la cerradura vuelve a funcionar, girando la llave sin ningún inconveniente. Se ha inspeccionado el faro de arriba a abajo sin encontrar ningún indicio del misterioso DJ
Los profesionales damnificados sugieren tirar abajo la puerta del faro por la noche o entrar de día y permanecer encerrados para develar el misterio. Pero por simple que parezcan estas soluciones siempre surge algo que frena a los voluntarios que las podrían poner en práctica.
Un pescador asegura que todas las mañanas ve a un eximio nadador dirigirse desde las rocas hasta perderse en el horizonte. Su imaginación, posiblemente poseída por el mito del faro, hasta lo hace asegurar que lo oye silbar mientras nada hasta hacerse un punto en la lejanía.
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