viernes, 6 de septiembre de 2013

Lolita

Estuve días leyéndolo.
Se terminó y ya nada es igual. El bar donde lo leía tiene eso, eso que tiene Humbert Humbert, su humor irónico, su psicopatía que aprendí a compartir, su amor obsesivo y prohibido. Esos moteles tan americanos, esas rutas con carteles de neón, ese auto destartalado y ese amor eterno y horrible y único y violento y tierno y abominable.
Ahora me siento en la misma mesa y abro otro libro, otra historia, de un autor francés con muchos premios, que había buscado hasta conseguirla.  Tiene otro olor, otro sabor, desconocido. Tengo todavía en mí el clima de Lolita y no puedo ni quiero reemplazarlo.
Recién vi el trailer de la película. La última, con Jeremy Irons. No tiene para nada el clima del libro de Vladimir Nabokov.
Todos los autores generan un ambiente que es su esencia. Al leerlos nos metemos en eso que los va a trascender, eso que algunos llaman alma, Dios o eternidad. Leer cualquier libro de Milan Kundera es entrar en su mundo que no se parece a ningún otro. Atravesar los espejos borgianos, cruzarnos con un tigre o volver al punto de retorno es estar en Borges. Asfixiarse en el universo sin salida de un castillo, de  un trámite burocrático sin fin, no poder dejar de ser un bicho horrible es transitar el universo kafkiano, irreproducible en una película. Sólo leyéndolo es posible meterse en él. Es el contacto con su esencia.
De eso se trata el ser.
No tiene nada que ver con contar una historia. Eso lo puede hacer cualquiera.
Si yo cuento la historia de Ema Zunz, es un cuento, como cualquiera. Leerlo es experimentar a Borges.
Cuando se termina un libro en el que nos metimos tanto, queda un vacío parecido a cuando alguien muy importante se va. Alguien a quien llegamos a conocer mucho
Y queda un hueco que corremos a llenar con  otro libro del mismo autor. Buscamos su clima, no la historia.
Hoy me compré "Pálido fuego"


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