lunes, 14 de julio de 2014

El valor de la insignificancia



Muy influenciada por "le maître" y su "Fête de l´insignifiance", cruzo el río en barco, de vuelta a Buenos Aires, subrayando el libro.  Una voz de hombre muy próxima, interrumpe mi concentración. Me saca de los detalles imperdibles que quiero retener.  Levanto la cabeza y, pasillo de por medio, veo al inoportuno:  un señor mayor -así lo habría llamado yo hace unas décadas- con el diario en la mano, le  lee a su mujer, sentada a su lado, una nota sobre  la final del Mundial de Football. Ella, con su Iphone entre las dos manos, sonríe en silencio. Ni un comentario. Ni una interrupción. El continúa, se detiene de tanto en tanto para formular una pregunta… ¿al periodista que escribió la nota?  Y él mismo se encarga de responder. Ella calla,  la cara radiante. Sus dedos pulgares tienen la velocidad de la luz.  De pronto él, sin darse cuenta, lee unos segundos para adentro. Ella no reclama que continúe. Yo aprovecho y vuelvo a mi libro, retomo un párrafo y me doy cuenta de que la idea esencial se me había escapado. De golpe la voz grave del cada vez más orgulloso lector resurge. Nadie lo contradice , nadie le cuestiona nada. Se siente entretenido, acompañado, su situación es ideal.  Ella feliz con su teléfono. Yo furiosa. Hago un esfuerzo para no decirle que a nadie le interesa su lectura más que a él y que para eso, hay un método ideal: leer en silencio, que su mujer igual va a seguir en su mundo y el resto de los pasajeros agradecidos. Me tapo un oído y con la otra mano sigo sosteniendo el libro. No sirve, claro. Lo odio.
Renuncio a mi lectura y me detengo a analizarlos. Lo que ella sabe hacer, seguro que naturalmente, es descartar todo lo que entra en sus oídos carente de interés y pasarlo a  nivel inconsciente. Para disfrutar de lo que realmente le interesa. Y él, no necesita que nadie lo escuche, le gusta leer en voz alta, discutir con el periodista, responderle y darse siempre la razón a sí mismo. Le molestaría tremendamente que ella hablara o lo interrumpiera. No la necesita.
De eso se trata  la insignificancia. Aprender a quererla es un arte. Indispensable para una existencia feliz. "No es posible cambiar este mundo, ni reformarlo, ni detener su desgraciada carrera hacia adelante. Sólo hay una resistencia posible: no tomárselo en serio" Salut, Milan! 

domingo, 23 de marzo de 2014

Peligro, cincuentona de buena posición a la mesa


Perdón que la ilustración no sea exacta. No era él. Era ella. Una señora que pasó hace muchos los cincuenta. De las que luchan con el paso del tiempo. Rubia, pelo largo. Saquito atigrado. Sandalias con enormes plataformas. Anillos. Rolex.  Marido, en los sesenta, con gorra con visera y  remera rosa Lacoste. Almorzando frente al mar. En José Ignacio.
Nuestra mesa le daba la espalda al lateral de la de ellos. Que además estaba un escalón más arriba. La señora luchaba denodadamente con una corvina - pesca del día- a la parrilla. Atacaba con el cuatridente en alto. Se metía un bocado en su trompa prominente. Mientras, seguía la conversación con su pareja haciendo ademanes con el cuatridente en alto. Para aseverar más sus ideas, gesticulaba también con el cuchillo. Percibí el peligro y me puse de costado. El cuatridente casi se mete en mi pelo. Tomé distancia. La miré. Imaginé su auto, acorde con su vestimenta. El lugar adonde se dirigiría después de almorzar. Imaginé sus exigencias a la hora de conseguir el candidato para su hija mujer. Sus pretensiones como ciudadana, como socia de un club, el esmero que habrá puesto en el momento de seleccionar hace años el colegio para sus hijos. Y me volví a alejar para evitar que un pedazo de corvina viniera a parar a mi plato. Me distraje de mi ensoñamiento cuando vi que la señora estaba en problemas. Una espina se había metido entre sus dientes y con sus impecables uñas de su índice y su pulgar, recién esmaltadas de fucsia,   libraba una batalla campal para extraerla de entre sus molares. Sin dejar de discutir con su marido una idea que no pude acabar de entender. No porque no pudiera oírla, sino porque me desconcentraban el manejo de sus armas de mesa y su conflicto con el esqueleto del pez. Me fui alejando cada vez más hasta asegurarme de estar a salvo.
Mientras masticaba, sus cubiertos seguían en alto. Los codos apoyados sobre la mesa.
Cuando pidieron el café, me relajé.
Tenía el teléfono listo para sacarle foto. No a su cara, por supuesto, pero sí a sus manos con los cubiertos en alto. O tal vez filmarla. Pero mi marido se puso incómodo y desistí.

lunes, 10 de febrero de 2014

Escuchá mamá, creo que te equivocaste

No hay nada mejor que poder decirle a la madre -o al padre-, antes de que ya no nos pueda escuchar, el mal que nos hizo. Porque siempre hay algo. Hasta el padre más ejemplar, hasta la madre de los tangos cometen errores. Ese castigo injusto, ese descontrol que terminó en una paliza, algunos egoísmos -porque a veces hay que crecer junto con los hijos y el impulso de vivir choca con la necesidad de entrega-las ausencias, la sobreprotección, la falta de confianza, la frialdad. Las peleas entre los padres. Desigualdad con los hermanos. La exigencia desmedida.
Ser padres es difícil y tiene razón de ser.  La imagen de un padre perfecto es intolerable. No hay con que darle.  Su hija nunca encontrará un hombre que lo iguale. Y para el hijo es un ejemplo demasiado alto a seguir. Porque en algún momento hay que cortar, desprenderse y decir : yo no voy a ser como ella, soy distinta, eso sí que no lo voy a hacer con mis hijos. O jamás seré médico como mi padre, o si lo soy voy a actuar totalmente distinto. Necesitamos los errores de los padres para sentir que podemos superarlos. O simplemente que tengamos el impulso enriquecedor de ser diferentes.
Yo nunca le podría haber tirado a Guadalupe, mi madre, todas las cosas que me molestaron de ella, menos todavía lo mal que me hacía su tristeza, su posición de víctima. Se habría muerto en el acto, o habría hecho un escándalo tan grande que el diálogo no se podría haber llevado a cabo.
Porque cuando un hijo nos hace el reclamo hay que tomarlo con tranquilidad, no defender lo indefendible, a lo mejor explicar la circunstancia que nos llevó a obrar así, para poder comprendernos un poco a nosotras mismas. Para no vivirlo con culpa, siempre convencidos que lo amamos infinitamente. Porque si nos perdonamos podremos ser viejos felices y no joder a nuestros hijos con nuestras culpas.
Cuando ese diálogo se produce, pasa algo mágico. La distancia con el hijo se hace chiquita, caemos del ridículo pedestal en el que nos había puesto cuando era un niño, él puede subir un poco, igualarnos, superarnos. Y volar. Con toda la fuerza de nuestras equivocaciones y de nuestro amor.
En ese momento nuestra misión está cumplida. Se ha formado un adulto que se sobrepuso a nuestros errores y que tuvo el valor para enfrentarnos. Al escucharlo y entenderlo  se sintió muy querido y muy cerca. Más no podemos darle.
Cuando iba leyendo "Carta al padre" de Kafka, pensaba que bueno pero que bueno que pudo decirle todo eso, aunque sea escribiéndolo ya que no se animó nunca a enfrentarlo. Un padre tan desvalorizante, tan imposible de sobrellevar que lo hacía sentir de verdad un insecto. Bien Franz, bien,  pensaba. Y trataba de imaginarme a semejante señor leyendo lo que al fin, ese hijo tan talentoso, se había animado a plantearle.  Así, tan claro, tan bien analizado.
Después me enteré de que, lamentablemente, su padre nunca lo leyó.
Igual pienso que le debe haber hecho bien a Franz escribirlo. Sin siquiera tener intención de publicarlo. Porque escribir es poner en un papel -o en una compu- cosas que si llevamos encima nos empiezan a quedar incómodas. Sin embargo,  una vez transformadas en palabras, en historias, nos ponemos livianos y le hacemos más lugar a la imaginación y a la felicidad.

domingo, 12 de enero de 2014

¿Diálogo?

- Sabés lo que estaba pensando hoy? que hace mucho que no vamos a la costa
- Tendríamos que ir en auto, pero pensé que si lo cambio, no me va a quedar resto para...
-  El resto del día estuve leyendo.  Flaubert, lo descubro de nuevo porque cuando lo leí hace mucho no me daba cuenta de que…
. Yo leí en el diario hoy que se va todo a parar a la mierda…
- Una mierda es lo que hay en todas las radios. Yo estoy escuchando FM SKY,  lástima que algunos temas no son originales.
- Yo superé mi récord original:  corrí 10km hoy!! y no sabés qué calor hacía
- Con este calor, no me banco mas a Susana, se lo dije…
- Yo  también se lo dije, a Raúl, creo que entendió que no podíamos trabajar juntos
. Yo no voy a trabajar mañana, quiero aprovechar para hacer trámites.
- Hay que hacer los trámites, hablaste con tu vieja por lo del departamento?
- No, mañana  la llamo, después de hacer los trámites porque no se si me va a dar el tiempo
- Yo no se si voy a tener tiempo para correr mañana, tengo que empezar desde temprano con los franceses que vienen a las 8am
- Hace mucho que no hablo en francés, debería encontrar con quien hablar.
- Hablale a tu vieja, si no le va a dar el departamento a tu hermano
- No me gusta vivir en departamento, me siento encerrada
- El que va a quedar encerrado para toda la vida es el portero ese, que parece que mató a la pendeja, no más.
- Hablando de pendeja, tu hermana, cuantos años se cree que tiene?
- Hablaste con mi hermana?


domingo, 5 de enero de 2014

"De" o "no de", esa es la cuestión





- No,  al final no vino. Dijo de que se le había hecho tarde porque tuvo que ir de José, el primo ese que vive en Italia.
- ¿Cual?¿ ese tan divertido? Ah, ¡pero con ese la pasa de diez! Podés esperarlo sentada si está con él. 
- ¿Vos decís que mintió, que ya tenía pensado no venir? Es muy raro porque él no es de hacer esas cosas.


Y ahí va el "de" cada vez metiéndose más donde no le corresponde. Tal vez con la intención de economizar palabras. Porque claro, que una persona sea o no de hacer algunas cosas es más rápido que decir que acostumbra o no a hacerlas. Ir al consultorio del médico o ir a lo del médico es un derroche comparado con el italiano  "ir del doctor".
Pero si se ahorrara esta preposición después de enunciar lo que dijo alguien, no estaría mal, sobretodo los periodistas a quienes les encanta ponerla - junto con el que-  después de confesar, decir, anunciar, investigar y tantos otros verbos que no la necesitan. Es más, la rechazan, hacen mal al oído.

Y después están los que tienen terror de usarla mal y entonces deciden suprimirla. Basta de "des", como en francés. Preferible caer en un galicismo que usarla de más. Y entonces dicen

- Se encargó que viniera (en lugar de se encargó de que viniera)
- Se dio cuenta que se había equivocado ( en lugar de se dio cuenta de que se había equivocado)

Ya me dirán muchos que los idiomas están vivos, que no son lenguas muertas como el latín o el griego que nadie los habla. Lo que pasa es que esa vida que tienen es siempre para empobrecer, para aceptar errores, asumirlos e incorporarlos. Si se pronuncia mal una "p" o una "b" antes de la "s" mejor la suprimimos y listo. En el uso de una lengua hay  mucha lógica, que ayuda a razonar, a pensar y si nos rendimos frente al que no la tiene, vamos para atrás.

Eso pienso cuando escucho hablar cada vez con más errores. Y los corrijo mentalmente. Creo que me voy a intoxicar







miércoles, 25 de diciembre de 2013

Nostalgia

Desde chica la alegría de la Navidad se me mezcló con una tristeza chiquita, lejana, culposa, que hacía un poco ilegal la euforia por los regalos, el derecho a divertirse en la Nochebuena como eso, como la noche "más buena".  El gesto de llanto contenido de mi madre nos recordaba que no se podía ser felices del todo, hasta ahí nomás. Ulpiano, nuestro papá, no estaba, y sin él, no había felicidad completa.
Pasaron los años y siempre alguna ausencia prolongaba ese sentimiento de nostalgia que enturbiaba la alegría del festejo del nacimiento de Jesús. Y no sólo porque se fueron muriendo otros, a veces el ausente estaba vivito y coleando pero en otra ciudad o festejando con amigos. Suficiente para que se instalara ese nudo en el estómago, que se derramara una lágrima en el momento del brindis o que el abrazo con quien se compartía la tristeza se prolongara un poco más.
Después vino la ramificación de la familia. Porque claro, los hijos se casan, hay maridos, mujeres que a su vez tienen padres, hermanos… y la cosa se complica. Hay que elegir con quien festejar. Y llorar a escondidas por los que no están, por la familia tan unida de antes que ahora es sólo una raíz que nos sostiene. Sabemos que aunque un año se optara por volver al tronco y festejar como antes, no sería igual. Y ese es el verdadero motivo de la nostalgia: no se puede recuperar lo que ya pasó.
El que se fue para siempre, se fue. Sólo está en nosotros. Y lo llevamos a todas partes. Con sus chistes, con su música, con su mal humor, con su encanto. Irrecuparable físicamente.
Por eso la cara de Guadalupe
¿Será que el nacimiento de Jesús trajo implícita su irrecuperable pérdida? ¿Y cada 24 y 25 de diciembre sufrimos anticipadamente la nostalgia de su ausencia?
No se, la cosa es que no hay Navidad sin nostalgia.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Gracias Dios



por el aire acondicionado
porque hoy no se cortó la luz
por el alisado definitivo
por Starbucks
por el libro que estoy leyendo que me copa
por poder leerlo en francés
por el Iphone
Por mi Mac Air nueva
por Instagram
por creerme que no soy vieja
por el chocolate
por el vino
por la brótola grille
por la caipirinha
por las ojotas
por Uruguay
por Kris Kristofferson
por Milan Kundera
por Gustave Flaubert
porque siempre hay un perro en mi casa
por mi casa
por mi sillón frente a la tele
por mi miopía
por SkyFM radio
por fantasear con el amor eterno
por Bauti
por Juanita
por Catalina
por Amador
por Torino
y por sus mamás que son mis increíbles hijas
por mi intolerancia
por mi obsesión por las palabras
por mi necesidad de reírme
por mis amigas
por mis amigos
por el mar
por mi adicción a escribir
por un Oso incondicional
por mi responsabilidad
por mi irresponsabilidad
por el cine
por haber vivido los 60 y los 70
y los 80!
por haber sido una nena consentida
por creer
por Mateo y Chiara
por mis hermanas
por whatsap
por Viber
por el moka alto con leche de soja
por Fefo
por el Amor en los tiempos del desvarío
por los amores que me animé a vivir
por mis saltos en paracaídas
por mis viajes
por Paris
por Londres
por Primark
por la familia que armamos con el Oso
por los sordos
por la música
por mi cuarto
por las noches viendo una peli que me gusta
por cada minuto que me reste vivir








domingo, 8 de diciembre de 2013

Cine de los 60´y 70´

O porque Tato las prohibió o tijereteó, o porque no me daban permiso para verlas, el caso es que me perdí muchas películas de esa época.
Estaban los que se iban a Uruguay para verlas, otros las rescataron años después de su estreno. No estuve entre ellos, me colgué, dejé pasar el tiempo.
Me estoy dando un atracón: La dolce vita, El ultimo tango en París…
Los ojos que  hoy las miran tienen más presbicia y menos miopía. Es igual que cuando presenciamos, ya adultos, la rebeldía de un adolescente, su despertar sexual, su atrevimiento que supone único,  su convencimiento de estar descubriendo la vida y estar dispuesto a darnos una lección, a enfrentarse con el atrasado mundo de los adultos. Tanta naïveté en el relato, tan obvios los recursos para mostrar cuanto eran capaces de escandalizar, que me inspiran ternura. Y no es que no se haya atrevido Bertolucci en las escenas  de El Ultimo tango, lo que pasa es que el guión hoy no es creíble.
Y es esa intención de intelectualizar, de hacer cine raro, que rompiera las estructuras de la época, la que me hace sentir como una abuela cuando escucha a un nieto argumentar con la clara necesidad de individualizarse, de hacerse diferente para crecer. Y que acompañamos con una sonrisa, porque ya pasamos por eso.
Así las miro, con la misma expresión.
Y me da pena no haberlas visto cuando todavía me podrían haber resultado creíbles..
En mi viaje hacia el pasado me reencontré también con Hitchock: Psicosis, Vértigo, Marnie y otras esperan en la lista.
Un genio que me sigue atrapando. Todavía miro escenas a través del ojal de un abrigo. Con qué pocos recursos mete suspenso en una historia  en la que nos supo envolver desde el principio. Aunque claro, es tan obvia la influencia freudiana que hacia furor en la época, y de la que ya estamos de vuelta, que también me dan ganas de decirle al viejo: si, si, ya vas a ver cuando crezcas…

¿Me pasaría igual con Woody Allen si lo pudiera rever dentro de 50 años?



lunes, 23 de septiembre de 2013

Adiós minino

Había una vez un gato negro. No compartía su vida con nadie, la consumía a fondo, libre y egoístamente. Como buen gato. Le gustaban los desafíos. Por eso por las noches, deambulaba por las vías del tren y cuando lo oía llegar, encrespaba su lomo, sus ojos amarillos se enfrentaban con las luces de la locomotora y cuando ya casi estaba encima de él, daba un salto felinesco, y recuperaba una nueva vida. Adrenalina mediante.
El no sabía que solo tenía siete y cuando se fue a jugar la octava, se le atascó una pata  y el tren lo aplastó.
Por la mañana fue a parar a una pala que lo llevó a un gran tarro de basura, dentro de una bolsa de nylon de no muy buena calidad.
Los empleados de la recolección cargaron las bolsas en el camión y salieron a buscar más. Cuando iban por Av. Libertador al 16.900, altura de San Isidro, uno de ellos al bajar del camión, se enganchó con la bolsa, otro la acomodó, hicieron chistes y no se sabe cómo el cuerpo del gatito volvió a la calle. No quería dejar de vagabundear.
Alguien se apiadó de él y lo puso en la vereda. Y ahí quedó, días y días, debajo de un cartel de publicidad de la Intendencia de San Isidro.
El tiempo lo fue consumiendo, dignamente. Su pelaje ocultó su descomposición. Se fue transformando en una alfombra negra, peludita, con forma gatuna.
Zafó de que lo mezclaran con el resto de la basura y se lo tragó la tierra que es donde su cuerpo la había pasado mejor.

viernes, 20 de septiembre de 2013

"Humos de Rey"





Hace un tiempo encontré este libro - de Ricardo León- en mi biblioteca. Sus hojas casi marrones y tapas de cuero. Con esta dedicatoria:
" Dedicado cariñosamente a Ulpiano"
Lupe ( 20-08-36)
Guadalupe era mi madre, que se ve que se lo regaló a mi padre para su cumpleaños, el 20 de agosto.
Lo leí hace poco. Acá va un fragmento:

"En la torre de los airosos voladizos tenía don Carlos sus aposentos, tales sin duda como estaban siglos atrás cuando allí vivía don Lope de Ulloa... Metido Araoz en su torre, de la que no salía como no fuese para ir a la iglesia o a cazar en el monte con sus criados más fieles, rara vez le veían allá abajo ( como él acostumbraba decir), esto es, en los pisos principales de la casa, donde, a derecha e izquierda, vivían sus hijos y sus nietos, en sendas mansiones modernizadas a trechos bárbaramente con menosprecio de los gustos de Araoz y desacato a la majestad del grave y noble edificio. Decir allá abajo significaba, pues, para el señor de la torre cifrar y resumir no solamente el desamor y el desgobierno de su familia y de su hogar, sino los males del siglo, la decadencia de la patria, la corrupción de la sociedad, el mundo entero con sus codicias, ridiculeces y liviandades; allá abajo era la ingratitud, la soberbia, la sinrazón, el egoísmo, la infidelidad y la anarquía, todas las plagas del reino de Luzbel...
Convaleciente a la sazón de unas calenturas leoninas que no pudieron derribar su naturaleza de roble, tornaba don Carlos a vivir ahora, tan fuerte y áspero como antes, pesaroso de no haberse muerto, renegando siempre de su familia, de su casta, de sí mismo, de las cosas de hogaño, de la humanidad entera"

Ulpiano murió antes de que yo pudiera conocerlo y Lupe no se sentía muy a gusto con mi castiza familia paterna. Pero de vez en cuando había que cumplir con la obligación de ir a ver a la abuela Rosa, que también vivía en la torre, como Don Carlos. Recuerdo muy bien la última vez que la vi, yo tendría cinco años y me llevaron, con mi mejor vestido y con las recomendaciones de mis mejores maneras, a visitarla. Me acerqué muy temerosa a darle un beso. Y me preguntó:
- ¿Y tu quién eres?

Con mis tías y tíos siempre tuve la mejor de las relaciones. Eran el mundo de mi padre y yo veneraba todo lo que de él viniera. Pero me puse de novia con un loco suelto, no tradicional y transgresor. Se vivía el boom de los 60.  No era el candidato ideal para mi familia de cuna gallega, por lo que NUNCA MÁS me hablaron. A mis tías no las volví a ver porque murieron antes de que yo me divorciara. Y a mi tío Nemo , mi padrino adorado, lo alcancé a ver una vez, le llevé a mis hijas para que las conociera, no hablamos de mi ex marido. Le perdoné que él no me hubiese perdonado porque necesitaba de esa parte de mi papá que él me ofrecía. Y al poco tiempo murió.

Lupe, mi madre, hija de vascos, tenía muchos hermanos. Entre ellos, Fito, un hombre simple casado con una señora de su edad, también muy sencilla, con la que tuvo dos hijos. Un buen día, esas cosas de la vida, lo tocó la varita mágica del amor y la pasión por una chica mucho más joven que él. Y se fugó con ella, dejándolo todo. Mi madre nunca se lo perdonó. Y cuando digo NUNCA, digo que tampoco le dirigió la palabra en el velorio de mi abuela Fermina, madre de ambos. Lo desconoció aún  en el dolor más profundo que puede unir a los hermanos.

No se si ese orgullo que no permite perdonar es característico sólo de los españoles. Debe tener su explicación en su historia, en odios pasados, guerras, preconceptos que se enquistaron y son imposibles de extirpar. Pero mi familia es española por todos lados y crecí sin comprender por qué preferían la soledad, las ausencias de sus seres más queridos antes de doblegarse a su voluntad, y entregarse al más noble de los sentimientos: el perdón.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Lolita

Estuve días leyéndolo.
Se terminó y ya nada es igual. El bar donde lo leía tiene eso, eso que tiene Humbert Humbert, su humor irónico, su psicopatía que aprendí a compartir, su amor obsesivo y prohibido. Esos moteles tan americanos, esas rutas con carteles de neón, ese auto destartalado y ese amor eterno y horrible y único y violento y tierno y abominable.
Ahora me siento en la misma mesa y abro otro libro, otra historia, de un autor francés con muchos premios, que había buscado hasta conseguirla.  Tiene otro olor, otro sabor, desconocido. Tengo todavía en mí el clima de Lolita y no puedo ni quiero reemplazarlo.
Recién vi el trailer de la película. La última, con Jeremy Irons. No tiene para nada el clima del libro de Vladimir Nabokov.
Todos los autores generan un ambiente que es su esencia. Al leerlos nos metemos en eso que los va a trascender, eso que algunos llaman alma, Dios o eternidad. Leer cualquier libro de Milan Kundera es entrar en su mundo que no se parece a ningún otro. Atravesar los espejos borgianos, cruzarnos con un tigre o volver al punto de retorno es estar en Borges. Asfixiarse en el universo sin salida de un castillo, de  un trámite burocrático sin fin, no poder dejar de ser un bicho horrible es transitar el universo kafkiano, irreproducible en una película. Sólo leyéndolo es posible meterse en él. Es el contacto con su esencia.
De eso se trata el ser.
No tiene nada que ver con contar una historia. Eso lo puede hacer cualquiera.
Si yo cuento la historia de Ema Zunz, es un cuento, como cualquiera. Leerlo es experimentar a Borges.
Cuando se termina un libro en el que nos metimos tanto, queda un vacío parecido a cuando alguien muy importante se va. Alguien a quien llegamos a conocer mucho
Y queda un hueco que corremos a llenar con  otro libro del mismo autor. Buscamos su clima, no la historia.
Hoy me compré "Pálido fuego"


viernes, 23 de agosto de 2013

Extraído de un teléfono

Se encontró un celular con estos  SMS:

-  Te estoy esperando ¿A qué hora vas a venir?

-  ¿ Estás llegando?

-  Estoy yendo

-  ¿ Pero a qué hora vas a llegar?

-  En 20  minutos

-  Me llama la atención que no hayas llegado, pasaron 45 minutos ¿Por donde vas?

-  Te llamé varias veces y me atiende el contestador ¿ Te perdiste?

-  Contestáme el teléfono por favor

-  ¿Estás viniendo? Por favor no me falles, te necesito hoy

-  Sigo llamándote y me atiende una música y después el contestador ¿ donde estás? Te estoy esperando

-  Ya llego señora, perdón, no escuchaba. Discúlpeme los colectivos andan muy mal


Ahora agarro y  hago un corto.

martes, 9 de julio de 2013

¿No será que era así?



 
Idear sabores nuevos en la cocina.
Compartir un buen vino hasta reír o discutir por cualquier cosa
Un café, leer el diario y comentar las noticias
Una película
Liar con problemas parecidos
Aprender a dejar pasar las imperfecciones que rompen el encanto
No esperar siempre el encanto
Entender las ganas que tiene el otro de estar solo
Desear que se vaya para disfrutar de la soledad
Y sin embargo quedarse vacía cuando se fue
Relajarse y poder mostrarle el monstruo oculto a los demás
Recorrer juntos y de entrecasa el camino que queda
Ver que la pasión no es más que un recuerdo
Que su rescoldo da fuerzas para seguir
Hasta el fin

Y que no era así...
 
 
 


domingo, 30 de junio de 2013

Aceptando a Hyde

Ahí está, latente. Listo para aparecer en el momento más inesperado.  Nada de que hay buenos y malos. Conviven en nosotros, como microbios en equilibrio. De golpe algo pasa, se rompe el perfecto balance y actúa Teresa de Calcuta o el Asesino serial.
La educación judeocristiana nos enseñó a vivirlo con culpa. El mal es pecado y hay que combatirlo. Supongo que la idea es impedir que salgamos armados para matar a todo el que nos molesta.
Pero el monstruo es parte de nosotros y negarlo lo envalentona, lo agiganta.
Como le pasaba a La Pianista ( Isabelle Hupert) en la película de Michael Haneke, esa señora tan rígida e intachable. Tan reprimida que su monstruo sadomasoquista terminaba gobernándola.
Y cuando el malo aparece y actúa, si no caemos en la amnesia de un trastorno de identidad disociativo,  lo vemos actuar de una forma deplorable. Si nos dicen algo, nos justificamos. Al bueno justificamos, al otro lo negamos. Rotundamente.
Se me ocurren mil ejemplos y no quiero caer en la vulgaridad de la política que está llena de estos casos.
Solamente me miro. Y reconozco que también soy yo la que es capaz de un acto violento en un día de furia, la que agrede con la palabra hasta destruir, la que traiciona, la que miente, la que no tolera, la impaciente.
Sí, la misma copada que comprende, que tiene paciencia, que es leal hasta la muerte, que ama hasta el infinito, la que es sensible frente a la buena literatura, la que no puede vivir sin música, la que perdona.
Por supuesto, me identifico con la segunda, odio a la primera cuando sale a relucir, la combato.
Sin embargo, sin la primera, el equilibrio se rompería y la segunda no podría existir.

miércoles, 26 de junio de 2013

Sacrilegio en el paraíso



Consigo el libro que esperaba hacía días: " Las últimas tardes con Teresa", de Juan Marsé y con mi botín en mano me voy hacia el fondo de La boutique del libro. Mientras camino entre las bibliotecas empiezo a disfrutar el momento. No hay nadie. El sol del jardín de atrás ilumina las mesas de colores del bar más cálido del barrio. Se oye música suave que parece especialmente elegida.
 El paraíso. Más no hay.
Llegó el momento. Abro el libro, dilato la lectura del primer capítulo, disfruto del prólogo mientras tomo un té riquísimo con la mejor medialuna. Estoy tan feliz que casi no me puedo concentrar, tengo que releer los párrafos. Con la literatura es como con el amor, es tanta la pasión que perdemos la razón. Hay que tomar distancia.
En ese orgiástico momento estoy cuando entra una pareja, de entre cincuenta o sesenta, poco importa. Sin libros, con celulares y expedientes. El se dirige a ella como si declamara un discurso de esos que a algunos les gusta dar desde el balcón de la Casa Rosada. Qué lindo lugar, acomodémonos al solcito, no, mejor en esta, no acá. ¿Vas a tomar algo? A ella ni se la oye. El acompaña sus frases con carcajadas estentóreas que no corresponden a lo que dice. Ella seria.
Si, claro, yo de vez en cuando doy vuelta la cabeza para mirarlos, tanta es mi sorpresa frente a semejante atropello al paraíso.
Se ve que con ella no le alcanza porque se pone a tipear en su celular un número y enseguida a vociferar estrategias de negocios, precios, risotadas supuestamente cancheras de esas que quieren decir Yo me las sé todas. Y explicaciones obvias de temas sacrílegos en ese ámbito. Que si no hay plata no hay factura. Y si no hay factura, ya sabés. Y nueva risotada.
Vuelvo a mirarlos, con la esperanza de que ella me vea, ponerle una cara, no sé, algo. Tal vez conseguir que, si es la mujer, le pida que baje la voz. También estará harta de escucharlo. A lo mejor mi mirada le sirve de apoyo a su intolerancia. Pero nada, ella manda mensajitos de texto.
Un odio  incontrolable me domina y no puedo recuperar ni el éxtasis ni la magia de hace unos minutos.
Pago y me voy.

¿Por qué nos educaron para reprimir nuestros impulsos espontáneos?  A veces me produce admiración el demente que baja sus barreras para hacer y decir lo que piensa. Porque con un poquito, nada más que un poquito de Alzheimer, me habría parado y acercado a su mesa para decirle:

- Perdón señor, está hablando demasiado fuerte, no me deja leer.
O bien
- Perdón señor, pero no está solo acá,  a los demás no nos interesan sus negocios.
O bien
- Perdón señor, no me interesa lo que está hablando, puede bajar la voz?
O bien
- Mire señor, me tengo que ir porque me arruinó el momento
O bien
- Vos aguantás a este gritón insoportable todo el día? Yo no. Me voy

Pero no hice nada de eso. Y vine a descargar al blog.