viernes, 20 de septiembre de 2013
"Humos de Rey"
Hace un tiempo encontré este libro - de Ricardo León- en mi biblioteca. Sus hojas casi marrones y tapas de cuero. Con esta dedicatoria:
" Dedicado cariñosamente a Ulpiano"
Lupe ( 20-08-36)
Guadalupe era mi madre, que se ve que se lo regaló a mi padre para su cumpleaños, el 20 de agosto.
Lo leí hace poco. Acá va un fragmento:
"En la torre de los airosos voladizos tenía don Carlos sus aposentos, tales sin duda como estaban siglos atrás cuando allí vivía don Lope de Ulloa... Metido Araoz en su torre, de la que no salía como no fuese para ir a la iglesia o a cazar en el monte con sus criados más fieles, rara vez le veían allá abajo ( como él acostumbraba decir), esto es, en los pisos principales de la casa, donde, a derecha e izquierda, vivían sus hijos y sus nietos, en sendas mansiones modernizadas a trechos bárbaramente con menosprecio de los gustos de Araoz y desacato a la majestad del grave y noble edificio. Decir allá abajo significaba, pues, para el señor de la torre cifrar y resumir no solamente el desamor y el desgobierno de su familia y de su hogar, sino los males del siglo, la decadencia de la patria, la corrupción de la sociedad, el mundo entero con sus codicias, ridiculeces y liviandades; allá abajo era la ingratitud, la soberbia, la sinrazón, el egoísmo, la infidelidad y la anarquía, todas las plagas del reino de Luzbel...
Convaleciente a la sazón de unas calenturas leoninas que no pudieron derribar su naturaleza de roble, tornaba don Carlos a vivir ahora, tan fuerte y áspero como antes, pesaroso de no haberse muerto, renegando siempre de su familia, de su casta, de sí mismo, de las cosas de hogaño, de la humanidad entera"
Ulpiano murió antes de que yo pudiera conocerlo y Lupe no se sentía muy a gusto con mi castiza familia paterna. Pero de vez en cuando había que cumplir con la obligación de ir a ver a la abuela Rosa, que también vivía en la torre, como Don Carlos. Recuerdo muy bien la última vez que la vi, yo tendría cinco años y me llevaron, con mi mejor vestido y con las recomendaciones de mis mejores maneras, a visitarla. Me acerqué muy temerosa a darle un beso. Y me preguntó:
- ¿Y tu quién eres?
Con mis tías y tíos siempre tuve la mejor de las relaciones. Eran el mundo de mi padre y yo veneraba todo lo que de él viniera. Pero me puse de novia con un loco suelto, no tradicional y transgresor. Se vivía el boom de los 60. No era el candidato ideal para mi familia de cuna gallega, por lo que NUNCA MÁS me hablaron. A mis tías no las volví a ver porque murieron antes de que yo me divorciara. Y a mi tío Nemo , mi padrino adorado, lo alcancé a ver una vez, le llevé a mis hijas para que las conociera, no hablamos de mi ex marido. Le perdoné que él no me hubiese perdonado porque necesitaba de esa parte de mi papá que él me ofrecía. Y al poco tiempo murió.
Lupe, mi madre, hija de vascos, tenía muchos hermanos. Entre ellos, Fito, un hombre simple casado con una señora de su edad, también muy sencilla, con la que tuvo dos hijos. Un buen día, esas cosas de la vida, lo tocó la varita mágica del amor y la pasión por una chica mucho más joven que él. Y se fugó con ella, dejándolo todo. Mi madre nunca se lo perdonó. Y cuando digo NUNCA, digo que tampoco le dirigió la palabra en el velorio de mi abuela Fermina, madre de ambos. Lo desconoció aún en el dolor más profundo que puede unir a los hermanos.
No se si ese orgullo que no permite perdonar es característico sólo de los españoles. Debe tener su explicación en su historia, en odios pasados, guerras, preconceptos que se enquistaron y son imposibles de extirpar. Pero mi familia es española por todos lados y crecí sin comprender por qué preferían la soledad, las ausencias de sus seres más queridos antes de doblegarse a su voluntad, y entregarse al más noble de los sentimientos: el perdón.
viernes, 6 de septiembre de 2013
Lolita
Estuve días leyéndolo.
Se terminó y ya nada es igual. El bar donde lo leía tiene eso, eso que tiene Humbert Humbert, su humor irónico, su psicopatía que aprendí a compartir, su amor obsesivo y prohibido. Esos moteles tan americanos, esas rutas con carteles de neón, ese auto destartalado y ese amor eterno y horrible y único y violento y tierno y abominable.
Ahora me siento en la misma mesa y abro otro libro, otra historia, de un autor francés con muchos premios, que había buscado hasta conseguirla. Tiene otro olor, otro sabor, desconocido. Tengo todavía en mí el clima de Lolita y no puedo ni quiero reemplazarlo.
Recién vi el trailer de la película. La última, con Jeremy Irons. No tiene para nada el clima del libro de Vladimir Nabokov.
Todos los autores generan un ambiente que es su esencia. Al leerlos nos metemos en eso que los va a trascender, eso que algunos llaman alma, Dios o eternidad. Leer cualquier libro de Milan Kundera es entrar en su mundo que no se parece a ningún otro. Atravesar los espejos borgianos, cruzarnos con un tigre o volver al punto de retorno es estar en Borges. Asfixiarse en el universo sin salida de un castillo, de un trámite burocrático sin fin, no poder dejar de ser un bicho horrible es transitar el universo kafkiano, irreproducible en una película. Sólo leyéndolo es posible meterse en él. Es el contacto con su esencia.
De eso se trata el ser.
No tiene nada que ver con contar una historia. Eso lo puede hacer cualquiera.
Si yo cuento la historia de Ema Zunz, es un cuento, como cualquiera. Leerlo es experimentar a Borges.
Cuando se termina un libro en el que nos metimos tanto, queda un vacío parecido a cuando alguien muy importante se va. Alguien a quien llegamos a conocer mucho
Y queda un hueco que corremos a llenar con otro libro del mismo autor. Buscamos su clima, no la historia.
Hoy me compré "Pálido fuego"
Se terminó y ya nada es igual. El bar donde lo leía tiene eso, eso que tiene Humbert Humbert, su humor irónico, su psicopatía que aprendí a compartir, su amor obsesivo y prohibido. Esos moteles tan americanos, esas rutas con carteles de neón, ese auto destartalado y ese amor eterno y horrible y único y violento y tierno y abominable.
Ahora me siento en la misma mesa y abro otro libro, otra historia, de un autor francés con muchos premios, que había buscado hasta conseguirla. Tiene otro olor, otro sabor, desconocido. Tengo todavía en mí el clima de Lolita y no puedo ni quiero reemplazarlo.
Recién vi el trailer de la película. La última, con Jeremy Irons. No tiene para nada el clima del libro de Vladimir Nabokov.
Todos los autores generan un ambiente que es su esencia. Al leerlos nos metemos en eso que los va a trascender, eso que algunos llaman alma, Dios o eternidad. Leer cualquier libro de Milan Kundera es entrar en su mundo que no se parece a ningún otro. Atravesar los espejos borgianos, cruzarnos con un tigre o volver al punto de retorno es estar en Borges. Asfixiarse en el universo sin salida de un castillo, de un trámite burocrático sin fin, no poder dejar de ser un bicho horrible es transitar el universo kafkiano, irreproducible en una película. Sólo leyéndolo es posible meterse en él. Es el contacto con su esencia.
De eso se trata el ser.
No tiene nada que ver con contar una historia. Eso lo puede hacer cualquiera.
Si yo cuento la historia de Ema Zunz, es un cuento, como cualquiera. Leerlo es experimentar a Borges.
Cuando se termina un libro en el que nos metimos tanto, queda un vacío parecido a cuando alguien muy importante se va. Alguien a quien llegamos a conocer mucho
Y queda un hueco que corremos a llenar con otro libro del mismo autor. Buscamos su clima, no la historia.
Hoy me compré "Pálido fuego"
viernes, 23 de agosto de 2013
Extraído de un teléfono

- Te estoy esperando ¿A qué hora vas a venir?
- ¿ Estás llegando?
- Estoy yendo
- ¿ Pero a qué hora vas a llegar?
- En 20 minutos
- Me llama la atención que no hayas llegado, pasaron 45 minutos ¿Por donde vas?
- Te llamé varias veces y me atiende el contestador ¿ Te perdiste?
- Contestáme el teléfono por favor
- ¿Estás viniendo? Por favor no me falles, te necesito hoy
- Sigo llamándote y me atiende una música y después el contestador ¿ donde estás? Te estoy esperando
- Ya llego señora, perdón, no escuchaba. Discúlpeme los colectivos andan muy mal
Ahora agarro y hago un corto.
martes, 9 de julio de 2013
¿No será que era así?

Idear sabores nuevos en la cocina.
Compartir un buen vino hasta reír o discutir por cualquier cosa
Un café, leer el diario y comentar las noticias
Una película
Liar con problemas parecidos
Aprender a dejar pasar las imperfecciones que rompen el encanto
No esperar siempre el encanto
Entender las ganas que tiene el otro de estar solo
Desear que se vaya para disfrutar de la soledad
Y sin embargo quedarse vacía cuando se fue
Relajarse y poder mostrarle el monstruo oculto a los demás
Recorrer juntos y de entrecasa el camino que queda
Ver que la pasión no es más que un recuerdo
Que su rescoldo da fuerzas para seguir
Hasta el fin
Y que no era así...
Y que no era así...
domingo, 30 de junio de 2013
Aceptando a Hyde
Ahí está, latente. Listo para aparecer en el momento más inesperado. Nada de que hay buenos y malos. Conviven en nosotros, como microbios en equilibrio. De golpe algo pasa, se rompe el perfecto balance y actúa Teresa de Calcuta o el Asesino serial.
La educación judeocristiana nos enseñó a vivirlo con culpa. El mal es pecado y hay que combatirlo. Supongo que la idea es impedir que salgamos armados para matar a todo el que nos molesta.
Pero el monstruo es parte de nosotros y negarlo lo envalentona, lo agiganta.
Como le pasaba a La Pianista ( Isabelle Hupert) en la película de Michael Haneke, esa señora tan rígida e intachable. Tan reprimida que su monstruo sadomasoquista terminaba gobernándola.
Y cuando el malo aparece y actúa, si no caemos en la amnesia de un trastorno de identidad disociativo, lo vemos actuar de una forma deplorable. Si nos dicen algo, nos justificamos. Al bueno justificamos, al otro lo negamos. Rotundamente.
Se me ocurren mil ejemplos y no quiero caer en la vulgaridad de la política que está llena de estos casos.
Solamente me miro. Y reconozco que también soy yo la que es capaz de un acto violento en un día de furia, la que agrede con la palabra hasta destruir, la que traiciona, la que miente, la que no tolera, la impaciente.
Sí, la misma copada que comprende, que tiene paciencia, que es leal hasta la muerte, que ama hasta el infinito, la que es sensible frente a la buena literatura, la que no puede vivir sin música, la que perdona.
Por supuesto, me identifico con la segunda, odio a la primera cuando sale a relucir, la combato.
Sin embargo, sin la primera, el equilibrio se rompería y la segunda no podría existir.
La educación judeocristiana nos enseñó a vivirlo con culpa. El mal es pecado y hay que combatirlo. Supongo que la idea es impedir que salgamos armados para matar a todo el que nos molesta.
Pero el monstruo es parte de nosotros y negarlo lo envalentona, lo agiganta.
Como le pasaba a La Pianista ( Isabelle Hupert) en la película de Michael Haneke, esa señora tan rígida e intachable. Tan reprimida que su monstruo sadomasoquista terminaba gobernándola.
Y cuando el malo aparece y actúa, si no caemos en la amnesia de un trastorno de identidad disociativo, lo vemos actuar de una forma deplorable. Si nos dicen algo, nos justificamos. Al bueno justificamos, al otro lo negamos. Rotundamente.
Se me ocurren mil ejemplos y no quiero caer en la vulgaridad de la política que está llena de estos casos.
Solamente me miro. Y reconozco que también soy yo la que es capaz de un acto violento en un día de furia, la que agrede con la palabra hasta destruir, la que traiciona, la que miente, la que no tolera, la impaciente.
Sí, la misma copada que comprende, que tiene paciencia, que es leal hasta la muerte, que ama hasta el infinito, la que es sensible frente a la buena literatura, la que no puede vivir sin música, la que perdona.
Por supuesto, me identifico con la segunda, odio a la primera cuando sale a relucir, la combato.
Sin embargo, sin la primera, el equilibrio se rompería y la segunda no podría existir.
miércoles, 26 de junio de 2013
Sacrilegio en el paraíso
Consigo el libro que esperaba hacía días: " Las últimas tardes con Teresa", de Juan Marsé y con mi botín en mano me voy hacia el fondo de La boutique del libro. Mientras camino entre las bibliotecas empiezo a disfrutar el momento. No hay nadie. El sol del jardín de atrás ilumina las mesas de colores del bar más cálido del barrio. Se oye música suave que parece especialmente elegida.
El paraíso. Más no hay.
Llegó el momento. Abro el libro, dilato la lectura del primer capítulo, disfruto del prólogo mientras tomo un té riquísimo con la mejor medialuna. Estoy tan feliz que casi no me puedo concentrar, tengo que releer los párrafos. Con la literatura es como con el amor, es tanta la pasión que perdemos la razón. Hay que tomar distancia.
En ese orgiástico momento estoy cuando entra una pareja, de entre cincuenta o sesenta, poco importa. Sin libros, con celulares y expedientes. El se dirige a ella como si declamara un discurso de esos que a algunos les gusta dar desde el balcón de la Casa Rosada. Qué lindo lugar, acomodémonos al solcito, no, mejor en esta, no acá. ¿Vas a tomar algo? A ella ni se la oye. El acompaña sus frases con carcajadas estentóreas que no corresponden a lo que dice. Ella seria.
Si, claro, yo de vez en cuando doy vuelta la cabeza para mirarlos, tanta es mi sorpresa frente a semejante atropello al paraíso.
Se ve que con ella no le alcanza porque se pone a tipear en su celular un número y enseguida a vociferar estrategias de negocios, precios, risotadas supuestamente cancheras de esas que quieren decir Yo me las sé todas. Y explicaciones obvias de temas sacrílegos en ese ámbito. Que si no hay plata no hay factura. Y si no hay factura, ya sabés. Y nueva risotada.
Vuelvo a mirarlos, con la esperanza de que ella me vea, ponerle una cara, no sé, algo. Tal vez conseguir que, si es la mujer, le pida que baje la voz. También estará harta de escucharlo. A lo mejor mi mirada le sirve de apoyo a su intolerancia. Pero nada, ella manda mensajitos de texto.
Un odio incontrolable me domina y no puedo recuperar ni el éxtasis ni la magia de hace unos minutos.
Pago y me voy.
¿Por qué nos educaron para reprimir nuestros impulsos espontáneos? A veces me produce admiración el demente que baja sus barreras para hacer y decir lo que piensa. Porque con un poquito, nada más que un poquito de Alzheimer, me habría parado y acercado a su mesa para decirle:
- Perdón señor, está hablando demasiado fuerte, no me deja leer.
O bien
- Perdón señor, pero no está solo acá, a los demás no nos interesan sus negocios.
O bien
- Perdón señor, no me interesa lo que está hablando, puede bajar la voz?
O bien
- Mire señor, me tengo que ir porque me arruinó el momento
O bien
- Vos aguantás a este gritón insoportable todo el día? Yo no. Me voy
Pero no hice nada de eso. Y vine a descargar al blog.
domingo, 19 de mayo de 2013
En bicicleta
Había una vez una bici amarilla. Chiquita
Y una nena de unos 6 años que subía y no podía mantener el equilibrio. Le daba un poco de miedo. Abandonaba.
Su papá la subió de nuevo, agarró fuerte el asiento y la impulsó.
- PEDALEÁ, LA PUTA MADRE QUE TE PARIÓ!!!
Y salió pedaleando. Rápido. Con miedo. Pero sin opción.
Freud indignado. Ella rauda, veloz. Y nunca más necesitó una explicación.
Después vinieron otras bicis.
Una ruidosa que la llevaba a bailar en Miramar.
Anunciaba cuando llegaba a la noche. Y su mamá recién entonces podía dormir.
Otra que usaba para ir a trabajar en un bar en la Avenida Libertador. A la noche. Y volvía a cualquier hora. A contramano, porque era más seguro.
Hoy tiene una nueva, último regalo de su papá. Eso quería, regalarle una bici.
Y ella le hizo el gusto, se la compró. Copada. Como a los dos les gustaban las cosas.
Y ella rauda, velozmente, pedaleó 100km
Desde Dorking a Brighton, recaudando fondos para el cole de sus hijas.
y mostrándose a sí misma cuanto puede.
Pedaleá, pedaleá, la puta madre que te parió!
Feliz, en medio de flores azules en la campiña inglesa.
Y una nena de unos 6 años que subía y no podía mantener el equilibrio. Le daba un poco de miedo. Abandonaba.
Su papá la subió de nuevo, agarró fuerte el asiento y la impulsó.
- PEDALEÁ, LA PUTA MADRE QUE TE PARIÓ!!!
Y salió pedaleando. Rápido. Con miedo. Pero sin opción.
Freud indignado. Ella rauda, veloz. Y nunca más necesitó una explicación.
Después vinieron otras bicis.
Una ruidosa que la llevaba a bailar en Miramar.
Anunciaba cuando llegaba a la noche. Y su mamá recién entonces podía dormir.
Otra que usaba para ir a trabajar en un bar en la Avenida Libertador. A la noche. Y volvía a cualquier hora. A contramano, porque era más seguro.
Hoy tiene una nueva, último regalo de su papá. Eso quería, regalarle una bici.
Y ella le hizo el gusto, se la compró. Copada. Como a los dos les gustaban las cosas.
Y ella rauda, velozmente, pedaleó 100km
Desde Dorking a Brighton, recaudando fondos para el cole de sus hijas.
y mostrándose a sí misma cuanto puede.
Pedaleá, pedaleá, la puta madre que te parió!
Feliz, en medio de flores azules en la campiña inglesa.
domingo, 13 de enero de 2013
Descargar en la playa
Bajan a la playa y, junto con la ropa, se sacan las caretas. Se produce una liberación asombrosa. Desaparecen las inhibiciones y no sólo se sueltan las panzas que cuelgan desenvueltas, se destapa la indecente celulitis, aumentan las arrugas al sol. También se destapa la violencia contenida y ya no hay edad. Todo vale.
Eso debe ser descansar. Asi hay que entenderlo. Es lo que me digo, con mi mejor buena voluntad, cuando me cruzo en mi caminata por el borde del mar con esa señora que ronda la cincuentena y persigue con bolas de arena a su marido y sus hijos, disfruta embadurnándoles el pelo, la espalda acompañada de un grito desaforado de
- AJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJ!!!
Ellos ríen.
O con ese padre que estuvo todo el año sentado en la oficina y, feliz de poder correr al aire libre, trata de alcanzar a su hijito de unos 5 años, y cuando, triunfante, lo logra le tira encima un baldecito de arena. El niñito, juguetón, le grita:
- UY, LA REPUTA MADRE QUE TE PARIO!!! y salta feliz entre las primeras olas. Contento de compartir al fin un juego con su tolerante papá que, divertido, le responde con un salpiconazo de agua. Gritos histéricos, risas. Se divierten.
O con esa adolescente que se bancó al viejo todo el año, pero en el agua le da un trompón en la espalda que casi lo voltea. Enseguida viene la respuesta del jovial papá con un golpecito en la cabeza de ella que, al no poder esquivarlo, le grita:
- PARÁ PAPÁ!!!
. La mamá los mira y sonríe disfrutando la escena.
- LA CONCHA DE TU MADRE!! le dice una dulce nenita que no llega a los 8 años a su amiguita porque le tiró arena. Pero no está enojada, no, es una forma desinhibida de respuesta lúdica.
La propietaria de la concha aludida toma mate debajo de una reposera, las cuida y escucha complacida.
No sé por qué me tope con escenas tan violentas hoy. Tal vez fue lo que enfoqué. Quién sabe en qué vendría pensando. Me acordé de Barreda y, queriendo ser optimista, se me ocurrió concluir que tal vez si él hubiese jugado así cuando era chiquito, no habría matado a tiros a toda su familia.
Quizá descargar en la playa sea una buena terapia.
Aunque preferiría no presenciarla.
Sigo eligiendo las playa solitarias o las fotos de instagram que me muestran el costado lindo de la vida.
Eso debe ser descansar. Asi hay que entenderlo. Es lo que me digo, con mi mejor buena voluntad, cuando me cruzo en mi caminata por el borde del mar con esa señora que ronda la cincuentena y persigue con bolas de arena a su marido y sus hijos, disfruta embadurnándoles el pelo, la espalda acompañada de un grito desaforado de
- AJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJJ!!!
Ellos ríen.
O con ese padre que estuvo todo el año sentado en la oficina y, feliz de poder correr al aire libre, trata de alcanzar a su hijito de unos 5 años, y cuando, triunfante, lo logra le tira encima un baldecito de arena. El niñito, juguetón, le grita:
- UY, LA REPUTA MADRE QUE TE PARIO!!! y salta feliz entre las primeras olas. Contento de compartir al fin un juego con su tolerante papá que, divertido, le responde con un salpiconazo de agua. Gritos histéricos, risas. Se divierten.
O con esa adolescente que se bancó al viejo todo el año, pero en el agua le da un trompón en la espalda que casi lo voltea. Enseguida viene la respuesta del jovial papá con un golpecito en la cabeza de ella que, al no poder esquivarlo, le grita:
- PARÁ PAPÁ!!!
. La mamá los mira y sonríe disfrutando la escena.
- LA CONCHA DE TU MADRE!! le dice una dulce nenita que no llega a los 8 años a su amiguita porque le tiró arena. Pero no está enojada, no, es una forma desinhibida de respuesta lúdica.
La propietaria de la concha aludida toma mate debajo de una reposera, las cuida y escucha complacida.
No sé por qué me tope con escenas tan violentas hoy. Tal vez fue lo que enfoqué. Quién sabe en qué vendría pensando. Me acordé de Barreda y, queriendo ser optimista, se me ocurrió concluir que tal vez si él hubiese jugado así cuando era chiquito, no habría matado a tiros a toda su familia.
Quizá descargar en la playa sea una buena terapia.
Aunque preferiría no presenciarla.
Sigo eligiendo las playa solitarias o las fotos de instagram que me muestran el costado lindo de la vida.
domingo, 6 de enero de 2013
Misterio en el Faro de José Ignacio
Cae la noche y desde el faro de José Ignacio surge una música que va ganando territorio. No solo invade el pueblo, sino los lugares mas tops de la temporada. Comienza al atardecer con temas de los cincuenta y sesenta para terminar, a medida que avanzan las horas, con los que hicieron furor en los setenta. Es tan poderosa que eclipsa todo intento de los DJ más famosos por imponer la suya.
Una suerte de Flautista de Hammelin hipnotiza a los jóvenes que abandonan la rítmica electrónica para bailar al compas de Creedence Clear Water Revival, The Beatles, The Rolling Stones, Trini Lopez y Elvis, como cartílagos danzantes, hasta el amanecer.
Los principales DJ que protagonizan las fiestas más importantes dicen no poder controlar lo que está sucediendo, su música es anulada por la que surge del faro, sin que ningún experto en acústica haya podido explicarlo. Incluso algunos amenazan con rescindir contratos si se les sigue impidiendo seleccionar la suya.
Otro de los misterios que no se puede resolver es la imposibilidad de entrar al faro por la noche. Ninguna de las llaves puede abrirlo. En cambio, cuando la música se va disolviendo con las primeras luces del día, la cerradura vuelve a funcionar, girando la llave sin ningún inconveniente. Se ha inspeccionado el faro de arriba a abajo sin encontrar ningún indicio del misterioso DJ
Los profesionales damnificados sugieren tirar abajo la puerta del faro por la noche o entrar de día y permanecer encerrados para develar el misterio. Pero por simple que parezcan estas soluciones siempre surge algo que frena a los voluntarios que las podrían poner en práctica.
Un pescador asegura que todas las mañanas ve a un eximio nadador dirigirse desde las rocas hasta perderse en el horizonte. Su imaginación, posiblemente poseída por el mito del faro, hasta lo hace asegurar que lo oye silbar mientras nada hasta hacerse un punto en la lejanía.
Una suerte de Flautista de Hammelin hipnotiza a los jóvenes que abandonan la rítmica electrónica para bailar al compas de Creedence Clear Water Revival, The Beatles, The Rolling Stones, Trini Lopez y Elvis, como cartílagos danzantes, hasta el amanecer.
Los principales DJ que protagonizan las fiestas más importantes dicen no poder controlar lo que está sucediendo, su música es anulada por la que surge del faro, sin que ningún experto en acústica haya podido explicarlo. Incluso algunos amenazan con rescindir contratos si se les sigue impidiendo seleccionar la suya.
Otro de los misterios que no se puede resolver es la imposibilidad de entrar al faro por la noche. Ninguna de las llaves puede abrirlo. En cambio, cuando la música se va disolviendo con las primeras luces del día, la cerradura vuelve a funcionar, girando la llave sin ningún inconveniente. Se ha inspeccionado el faro de arriba a abajo sin encontrar ningún indicio del misterioso DJ
Los profesionales damnificados sugieren tirar abajo la puerta del faro por la noche o entrar de día y permanecer encerrados para develar el misterio. Pero por simple que parezcan estas soluciones siempre surge algo que frena a los voluntarios que las podrían poner en práctica.
Un pescador asegura que todas las mañanas ve a un eximio nadador dirigirse desde las rocas hasta perderse en el horizonte. Su imaginación, posiblemente poseída por el mito del faro, hasta lo hace asegurar que lo oye silbar mientras nada hasta hacerse un punto en la lejanía.
miércoles, 26 de diciembre de 2012
Mi Atlas
Aunque yo me crea que soy la que soy por un don divino que me hizo única e irrepetible, no es cierto. Ni siquiera tengo que ver con ese resultado. Tengo un poderoso Atlas que me sostiene. Y no voy a entrar en el sentimentalismo de decir que sus músculos son el amor de todos los que me rodean, ni los mejores momentos de la vida. No. En él estan todos los seres que son o han sido lo suficientemente importantes como para que estén en mi memoria. Incluso tal vez, los que se me fueron borrando. Con todas sus cosas negativas y positivas. Y yo fui ocupándome de poner los pesos para ir buscando los equilibrios.
Impresindible la amiga a quien siempre criticamos. Y me permite el lujo de creerme que la puedo superar. Como la admirable o la incondicional. Que no me falte nunca mi amor imposible que me hace creer en el enamoramiento eterno. Pero me caería sin mi amor verdadero, concreto, imperfecto y real. Que siempre esté el que me hace sufrir, el que me traiciona. Gracias a él puedo valorar tanto al mas bueno que Lassie. Además me da la oportunidad de perdonarlo. Y eso me hace grandiosa.
Me sostiene el humor, distinto con cada uno. La ridiculez, si no, de qué nos vamos a reir? La maldad, el lado oscuro de las cosas.
La carcajada de Amador. La sonrisa con los ojos de Bauti. La mirada de Juanis. La explosión de vida de Cata.
Hasta la mediocridad que tanto deploro, que saca lo peor de mi, que pone en evidencia mi intolerancia. Es mi acicate para nunca caer en ella. Si no existiera, yo la inventaría.
Los egoísmos. Que dan lugar a la sorpresa frente a la genorosidad impensada.
El débil, a quien sostener. Mi enamorado eterno. El rompepelotas ese que llama inoportunamente, que no es capaz de tener mi fuerza para luchar juntos, pero sin embargo es el único capaz de sentir como yo.
La música. El arte, la creación que sólo puedo admirar. Aunque me haga rabiar de envidia no poder estar a la par.
Quiero decir que, gracias al débil me hice fuerte. Gracias al concreto puedo volar. Gracias al que me apabulla puedo buscar mi silencio creador.Gracias al que cree en mi, soy la que el cree.
Cuando el débil no está, para que mi mundo mantenga el equilibrio, tomo su lugar, cuando no hay alguien realista a mi lado, tengo que abandonar mis sueños y ocuparme de lo concreto, que detesto.
Tal vez cuando mi Atlas se debilite por tantas ausencias, yo desaparezca.
domingo, 25 de noviembre de 2012
Muerte al sol
No me puedo acostumbrar a toparme con el cuerpo sin vida de un lobo marino en mis caminatas junto al mar. La soledad de ese montoncito inanimado, las moscas predadoras que lo revolotean, el olor fétido que al poco rato empieza a despedir me hace pensar en la indignidad de la muerte.
Hoy el sol de un domingo reluciente, la playa apenas poblada, el mar calmo, nos daba una sensación muy cercana a la felicidad. Y en la felicidad la muerte no cabe, no hay nada más ajeno.
Por eso al ver los dos cuerpos totalmente tapados con un género blanco y protegidos con una sombrilla, pensamos que era algún tratamiento rejuvenecedor, algún barro con algas que requería inmovilidad y permanencia a la sombra para lograr su efecto. Los miramos y seguimos caminando. Pero algo no cerraba. Había dos policías que hacían guardia frente a los cuerpos y, al observarlos bien, nos llamó la atención su extrema inmovilidad. Están muertos. Dijimos a la vez, y en voz alta.
Ningún curioso rodeaba la escena, sólo los uniformados que con un palo marcaban a su alrededor una zona de protección para que los caminantes no se acercaran. Y esperaban.
Nos sentamos a la distancia a esperar también. Tomé esta foto lejana, no quise faltarles el respeto acercándome, a lo que quedaba de estos dos a los que la vida acababa de escabullírseles haciendo lo que más les gustaba: pescar. Salieron en un botecito tres amigos, tal vez a la madrugada, confiando en el mar, libres en su inmensidad, sin salvavidas, sin saber nadar, a la pesca de alguna brótola para hacer a la parrilla al mediodía del domingo. Pero el mar traiciona: dio vuelta el bote y cuando pasó el barco de la patrulla salvó a uno justo en sus últimos esfuerzos por permanecer con vida y recogió el cuerpo de los otros dos. La ambulancia llegó rápidamente para llevarse al sobreviviente y los dos cuerpos quedaron ahí, como los encontramos, tapados cada uno por un lienzo y una sombrilla blanca.
Blanco de paz, de tregua a la vida. De pausa para interrumpir la ingenuidad de creer en la eternidad. Tregua a la familia que los espera con la mesa puesta, tregua para el hijo al que no le permitieron ir con ellos y los espera para jugar a la pelota, tregua a la novia que quedo enojada porque ya no se banca los domingos de pesca y futbol. Tregua a la vida para que aprenda de una vez por todas que dura lo que dura un suspiro.
Al rato llegaron los forenses, los revisaron y después los camilleros que los tomaron por los brazos y los subieron para meterlos hábilmente en enormes bolsas negras. Como de residuos.
El residuo de sus vidas.
Hoy el sol de un domingo reluciente, la playa apenas poblada, el mar calmo, nos daba una sensación muy cercana a la felicidad. Y en la felicidad la muerte no cabe, no hay nada más ajeno.
Por eso al ver los dos cuerpos totalmente tapados con un género blanco y protegidos con una sombrilla, pensamos que era algún tratamiento rejuvenecedor, algún barro con algas que requería inmovilidad y permanencia a la sombra para lograr su efecto. Los miramos y seguimos caminando. Pero algo no cerraba. Había dos policías que hacían guardia frente a los cuerpos y, al observarlos bien, nos llamó la atención su extrema inmovilidad. Están muertos. Dijimos a la vez, y en voz alta.
Ningún curioso rodeaba la escena, sólo los uniformados que con un palo marcaban a su alrededor una zona de protección para que los caminantes no se acercaran. Y esperaban.
Nos sentamos a la distancia a esperar también. Tomé esta foto lejana, no quise faltarles el respeto acercándome, a lo que quedaba de estos dos a los que la vida acababa de escabullírseles haciendo lo que más les gustaba: pescar. Salieron en un botecito tres amigos, tal vez a la madrugada, confiando en el mar, libres en su inmensidad, sin salvavidas, sin saber nadar, a la pesca de alguna brótola para hacer a la parrilla al mediodía del domingo. Pero el mar traiciona: dio vuelta el bote y cuando pasó el barco de la patrulla salvó a uno justo en sus últimos esfuerzos por permanecer con vida y recogió el cuerpo de los otros dos. La ambulancia llegó rápidamente para llevarse al sobreviviente y los dos cuerpos quedaron ahí, como los encontramos, tapados cada uno por un lienzo y una sombrilla blanca.
Blanco de paz, de tregua a la vida. De pausa para interrumpir la ingenuidad de creer en la eternidad. Tregua a la familia que los espera con la mesa puesta, tregua para el hijo al que no le permitieron ir con ellos y los espera para jugar a la pelota, tregua a la novia que quedo enojada porque ya no se banca los domingos de pesca y futbol. Tregua a la vida para que aprenda de una vez por todas que dura lo que dura un suspiro.
Al rato llegaron los forenses, los revisaron y después los camilleros que los tomaron por los brazos y los subieron para meterlos hábilmente en enormes bolsas negras. Como de residuos.
El residuo de sus vidas.
viernes, 9 de noviembre de 2012
Como ella
Corrían los locos años 60 y todo era animarse. Cortar con una moral casi victoriana, con principios religiosos que nos llenaban de culpas y enarbolar la bandera del Power flower y el amor libre. Cuando la vi en Blow up me enamoré para siempre. Con esa forma de amor basada en fundirnos en la identidad del otro. Deliré cuando la escuche cantar "Je t´aime moi non plus". No habría sido igual si Briggitte Bardot hubiera aceptado grabarlo. Jane Birkin, una francesita de origen inglés, era una chica escuálida y muy chic que puso,con su versión, al erotismo en otro lugar.
Su relación con Serge Gainsburg, el autor de casi todos los temas de su repertorio musical, marcó una época: ella con ideales por los que luchar y la esperanza de cambiar el mundo aún a costa de caminar por la cornisa de una vida expuesta con gusto a todo riesgo; él muy talentoso pero perdido en sus adicciones, borracho incorregible, desafiante, transgresor y con un sexappeal que enmascaraba su extrema fealdad. Nacido bajo el signo de Aries unos cuantos años antes que ella, tenía un atractivo sentido del humor y vivía representando un personaje que él mismo se había creado. Con el tiempo se fue transformando en alguien rechazable e insostenible


Jane vivía en lo que a mí me parecía entonces el centro del mundo donde los 60 explotaban: Mayo del 68, la Nouvelle Vague, el cine europeo de los 70, los Beatles, los Rolling Stones, Brian Jones, Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Janis Joplin. La revolución de la moda. Todo lo podía ver en directo. Ella formaba parte
Yo vivía en la otra punta del mundo donde ese estallido nos llegaba adentro de una pantalla de TV o en longplays o simples que nos apurábamos por conseguir para estar al día.
Si este extremo del planeta hubiese sido un reflejo del lugar donde todo pasaba, como en el Mito de las Cavernas, yo pretendía ser el suyo.
Charlotte su hija nació apenas dos años antes que mi hija Rosario
Compartimos también la crisis de pareja en el año 1980 en la que dejó a Serge porque era imposible seguir viviendo a su lado.
.
:
Sin embargo en el 91 le dedicó un concierto dos meses después de su muerte. Me gustaría poder imitarla de alguna manera. No con un concierto, claro, porque una debe reconocer sus propias limitaciones.
Hoy sigue cantando con una voz más frágil aún que cuando era joven, casi a punto de romperse: la estoy escuchando en este momento. Agradece a la vida, a quienes la acompañaron y acompañan, defiende causas justas. Se le nota la edad. La voz es como la piel: cuando es demasiado frágil en la juventud, se resquebraja más fácil con los años. Pero me sigue gustando
También tiene en su cara las marcas de una vida vivida sin miedo a las consecuencias. Sus arrugas son contentas. Resurgió de tres parejas, con hijas de cada una de ellas, de relaciones tumultuosas, siempre espléndida
Hace un tiempo que cuando me miro en las fotos no me puedo explicar por qué en todas entrecierro los ojos. Tardé en darme cuenta de que la realidad es que ya no los abro como antes. Mis ojos redondos se transformaron con el tiempo en dos rayitas, a lo mejor de tanto reirme.
Le pasó igual a Jane. Me gusta su forma de envejecer.
Cuando los años nos van cambiando cuesta reconocerse en esa que nos muestra el espejo. Seguimos buscando a la que fuimos, en lugar de amigarnos con la nueva imagen.
Por eso me gusta verla en fotos donde ya no es perfecta pero esta llena de vida vivida a fondo. Y escuchar las letras de sus canciones donde todavía cree y agradece y no hay rencor por sus amores porque si le hicieron mal es porque ella se atrevió a jugarse a la aventura de vivir con ellos.
El otro día me compré un rouge rojo.
Todavía quiero ser como ella.
Su relación con Serge Gainsburg, el autor de casi todos los temas de su repertorio musical, marcó una época: ella con ideales por los que luchar y la esperanza de cambiar el mundo aún a costa de caminar por la cornisa de una vida expuesta con gusto a todo riesgo; él muy talentoso pero perdido en sus adicciones, borracho incorregible, desafiante, transgresor y con un sexappeal que enmascaraba su extrema fealdad. Nacido bajo el signo de Aries unos cuantos años antes que ella, tenía un atractivo sentido del humor y vivía representando un personaje que él mismo se había creado. Con el tiempo se fue transformando en alguien rechazable e insostenible


Jane vivía en lo que a mí me parecía entonces el centro del mundo donde los 60 explotaban: Mayo del 68, la Nouvelle Vague, el cine europeo de los 70, los Beatles, los Rolling Stones, Brian Jones, Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Janis Joplin. La revolución de la moda. Todo lo podía ver en directo. Ella formaba parte
Yo vivía en la otra punta del mundo donde ese estallido nos llegaba adentro de una pantalla de TV o en longplays o simples que nos apurábamos por conseguir para estar al día.
Si este extremo del planeta hubiese sido un reflejo del lugar donde todo pasaba, como en el Mito de las Cavernas, yo pretendía ser el suyo.
Charlotte su hija nació apenas dos años antes que mi hija Rosario
Compartimos también la crisis de pareja en el año 1980 en la que dejó a Serge porque era imposible seguir viviendo a su lado.
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Sin embargo en el 91 le dedicó un concierto dos meses después de su muerte. Me gustaría poder imitarla de alguna manera. No con un concierto, claro, porque una debe reconocer sus propias limitaciones.
Hoy sigue cantando con una voz más frágil aún que cuando era joven, casi a punto de romperse: la estoy escuchando en este momento. Agradece a la vida, a quienes la acompañaron y acompañan, defiende causas justas. Se le nota la edad. La voz es como la piel: cuando es demasiado frágil en la juventud, se resquebraja más fácil con los años. Pero me sigue gustando
También tiene en su cara las marcas de una vida vivida sin miedo a las consecuencias. Sus arrugas son contentas. Resurgió de tres parejas, con hijas de cada una de ellas, de relaciones tumultuosas, siempre espléndida
Hace un tiempo que cuando me miro en las fotos no me puedo explicar por qué en todas entrecierro los ojos. Tardé en darme cuenta de que la realidad es que ya no los abro como antes. Mis ojos redondos se transformaron con el tiempo en dos rayitas, a lo mejor de tanto reirme.
Le pasó igual a Jane. Me gusta su forma de envejecer.
Cuando los años nos van cambiando cuesta reconocerse en esa que nos muestra el espejo. Seguimos buscando a la que fuimos, en lugar de amigarnos con la nueva imagen.

El otro día me compré un rouge rojo.
Todavía quiero ser como ella.
E
sábado, 29 de septiembre de 2012
Ahora es asi
No vayan a creer que no comparten eh, sí sí, están juntos, teniendo posiblemente este diálogo:
- Te anda el wifi?
- Si claro, tenes que poner: usuario 1234 y contraseña: bar, todo en minúscula
- Si pero pongo y no se me abre
- A veces cuesta, pero seguí intentando.
En eso viene la moza y les pregunta si ya decidieron
- Ay, no, no tuvimos tiempo de mirar la carta, ya te decimos
- Si, si, ya entró, tenías razón!
- Viste lo que publicó Tomasito en facebook?
- No, yo no lo tengo a Tomasito
- Yo sí, me gusta saber en qué anda, mirá te leo...
Y nada de sacar los ojos del teléfono.
De paso ni se miran, no se dan cuenta de las arrugas que le aparecieron a ella arriba de los labios ni de que la pelada de él ya no se puede disimular, se ecuchan y se imaginan con 20 años menos, porque la verdad es que, aunque con algunas tropiezos, se acoplaron perfectamente a la digitalidad de los jóvenes.
- Otra vez no funciona, a ver, probá mandame un whatsap a ver si lo recibo
- Ya te lo mando, listo. Recibiste?
- No no, ay si! ahí lo recibi
- Y como hago si quiero guardar la foto que vos tenés?
- La de Mariela? Te la mando por mail, y cuando la recibis, vas a archivo y la guardas, para que la querés?
- La quiero publicar en facebook, está tan linda!
- Bueno, dale te la mando y fijate
De nuevo llega la moza y les parece revivir la misma situación de cuando recién se conocieron: nunca elegían porque estaban distraídos tomados de la mano, mirándose a los ojos y hablando sólo de ellos.
- A mi traeme un tostado y una Coca light
- A mí también.
En un todo de acuerdo. Una maravilla.
Mucho mejor que estar reprochándose que eso ya se lo contó, que no tuvo que haberle contestado así al portero, que la tiene harta el ruido que hace cuando se va a dormir, que nunca la escucha, que por qué dijo esto y no lo otro, que no quiso decir eso lo que pasa es que ya ni le presta atención.
De pronto les dan unas ganas tremendas de verse, entonces se llaman por Facetime y se ven en las pantallas, casi como si salieran en la tele.
Aunque muchos vaticinen que esto es el fin de la comunicación, a lo mejor es el comienzo de un armonioso convivir.
martes, 21 de agosto de 2012
No queda tiempo
Lo valioso de todo lo que mi energía es capaz de hacer, se debe a que ya no queda tiempo.
No hay tiempo para que viva en Paris
No hay tiempo para que me enamore en Dublin
Tal vez sí para que baile música irlandesa en un pub la próxima vez que vaya.
O mejore mi italiano, o que vaya a Praga o de conocer Lisboa.
No hay tiempo para que mi inglés sea tan fluido como para que compartamos códigos con Juanis y Cata
No hay tiempo para que pueda leerlo de corrido cuando Juanis publique su primera obra.
Ni de disfrutar de la literatura inglesa con la que me identifico y ellas son parte.
No hay tiempo para escribir y publicar varias novelas.
Mucho menos de hacer de la literatura mi profesión
Ya no queda tiempo de ese que apuramos para llegar a lo prohibido
No hay tiempo para estar cada año un mes en los países que más me gustan
No lo hay tampoco para aprender música de una manera distinta a la que la aprendí.
De leerla representando en mi cerebro la melodía.
Ni siquiera hay tal vez para sobrevivir a un perro como Atu.
No lo hay, seamos realistas, para ser la misma abuela vital con los nietos que vendrán.
NO hay tiempo para leer todo lo que me queda por leer.
NO hay tiempo para ser piloto de un aeroplano
ni para empezar otra vez
Es rarísimo que no de el tiempo para poner en práctica lo que tengo ganas y energía para llevar a cabo.
Es como tener combustible para llegar a Alaska y que el auto nos deje acá no más.
Esto no es triste
La eternidad lo estropearia todo. Como pierden valor los amores eternos.
La felicidad que dura más de un instante, la soledad cuando es muy larga.
Si tuviera frente a mí la cantidad de años que ya viví no sabría qué hacer.
Tal vez lo desperdiciaría trabajando o juntando plata para tener un final digno
No vería el valor de la lentitud y seguiría devorando horas y días sin retenerlos
domingo, 5 de agosto de 2012
Pérdida de la inocencia
Cuando estaba por cumplir 30 me creía una mujer llena de experiencia. De todo tipo, incluída la literaria. Desde chica leí sin parar. Era la época de Doña Flor y sus dos maridos. Después vinieron Teresa Batista cansada de guerra y todas los libros de Jorge Amado que me hicieron conocer San Salvador de Bahía y todos esos pueblitos brasileños con su música, sus supersticiones y comadreos de barrio. Mucho antes de haber viajado
Una historia que me marcó fue Confesiones de Fray Calabaza de Mauro de Vasconcelos. Si, el de la Planta de Naranja Lima. Me acuerdo de haberlo leído mientras hacia una guardia de una inmobiliaria en un departamento que estaba a la venta. Un posible cliente tocó el timbre y tuve que bajar a abrirle con mucha vergüenza: tenía la cara desfigurada por el llanto.
Como tantos libros que presté, nunca volvió a mis manos.
El otro día lo encontré, usado, en la Av. Corrientes. Lo compré y no veía la hora de llegar a casa para zambullirme en su lectura. No esperaba a nadie, podía llorar hasta cansarme.
Desilusión profunda. Me pareció obvio, lleno de lugares comunes, recursos tan falseados que no podían ni siquiera emocionarme. Lo abandoné en la segunda página.
La recomendación había venido de mí misma. No podía hacer responsable a nadie de tan mal gusto. Me sonaba casi patológico no reconocerme en la lectora que yo había sido hace solo unos años.
Ahora necesito mucho más para movilizar mi placer intelectual, para provocarme emocionalmente. Ahora ya se. Y no me creo nada.
En los treinta años que siguieron a mi lacrimógena lectura de Fray Calabaza leí mucho más que lo que había leído antes de ese libro. Eduqué mi paciencia, puedo disfrutar de párrafos largos y descripciones como la de toda la literatura del siglo XIX, al traducir me puse más exigente con la gramática, puedo leer entre líneas, disfruto más el estilo que la historia en sí misma. Crecí
Al crecer, se me abrió un abanico literario que no podía comprender cuando era muy joven.
Pero también perdí otro. Y ya no hay vuelta atrás
No era una suma. Era una opción
La calidad a cambio de mi inocencia
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