Cuando tuve que aprender el catecismo de memoria, a los 6 años, me enseñaron que Dios era único, indivisible, eterno y bondadoso. Que Dios era Amor.
Nadie me habló de fugacidad.
Cuando tenía 12 cursis años me encantaba Bécquer y recitaba Hoy el Cielo y la Tierra me sonríen, hoy llega al fondo de mi alma el sol, hoy lo he visto, lo he visto y me ha mirado, hoy creo en Dios cuando lograba verlo a la salida de alguna de las Misas de los domingos y por casualidad se dignaba a mirarme.
Pasó mucho tiempo. Mucho amor y mucho Amor. La intensidad siempre en relación directa con la fugacidad.
Hoy, casi pisando los 60, me crucé por la calle con un señor a quien le debo sacar unos quince años, que me miró y me dijo: Me enamoré! Me divirtió su equívoco con mi edad, me halagó su piropo y respondí de alguna manera a su efímera intensidad.
Iba yo corriendo a la mañana por la bicisenda y un jardinero que acababa de dejar la adolescencia, me saludó con un Buenos días señorita! Casi lo abrazo. Cuanto hacia que no me decían señorita?!
El mismo día, volviendo, un camionero a quien le agradecí haberme dejado paso me gritó: Vení Nena... No presté atención a su invitación. No era trascendente, con lo de Nena ya había cumplido.
Días antes de esta lluvia de piropos primaverales, me había comprado un sombrero. Estoy convencida de me quedan bien. Me lo puse y se lo mostré a mi queridísimo compañero de vida de hace años. Me miró y me dijo:
- Es como los sombreros que usan todas las viejas conchetas.
Me acordé entonces del adolescente que me había dicho Señorita, de la propuesta del camionero y me dieron ganas de fugarme con el príncipe enamorado.
Hasta imaginé un final feliz: 20 años enamorando a mi príncipe con mi sombrero. Acepté incluso la posibilidad de que llegara a ser tan incondicional como mi actual compañero de vida.
Pero llegaría un día, tal vez, en que mirara mi bastón y me dijera: Es como el que usan todas las viejas paquetas.
Y yo ya no sabría qué era lo que más me molestaría, si lo de vieja o lo de paqueta.
Porque tenía razón Gustavo Adolfo, cuando sentimos el Amor tan intenso y fugaz como una mirada, creemos en Dios. Tenemos casi la percepción física de su existencia. Es casi un instante. Y después se va.
La eternidad lo apaga.
El catecismo no dice ni mu de eso.