Bueno, no tren, sino subte. Underground en Londres.
Yo estaba sentada, mirando a los que iban sentados frente a mí. Me encanta hacerlo. Más cuando estoy en otro país.
Justo frente a mí un negro. Iba muy elegante. Muy. Con un sobretodo marrón de muy buen corte y calidad. Camisa. Corbata. Y una cara del estilo de la de Sidney Poitier en ¿Sabes quien viene a cenar? Quiero decir, un negro con pinta.
Mi vista siguió recorriendo pasajeros hasta detenerse en una señora rubia, de unos 40 años, inglesa. Muy ordinaria. Del estilo de las de la familia de Audrey Hepburn en My Fair Lady. Imaginé que sería un ama de casa, con un marido alcohólico, quizás. Su vida un infierno. La plata no alcanzaba, el marido le pegaba después de llegar a casa y discutir. Hijos adolescentes con problemas. La pobre!
Volví al negro con pinta. Distinta su vida. Ningún problema económico. Más de una moriría por él. Tenía una distinción especial. Tal vez un antepasado muy lejano había sido africano. Pero los genes se habían mezclado, con seguridad, porque sus rasgos estaban suavizados sin llegar a aclararse demasiado su piel. Interesante. Lo imaginé viviendo solo. En la mejor etapa de su vida.
Como siguiendo un partido de tenis, mi cabeza iba y venia de uno al otro. Las mejillas de la inglesa estaban rojas, como con rosácea. Me sorprendió que me mirara.
Creí que había disimulado mi concentración en su persona. Pero se ve que no. Traté de desviar mi interés hacia otra gente, otras cosas, los carteles de publicidad por ejemplo.
De nuevo al negro, que miraba hacia abajo, pensando. Zapatos impecables, un portafolios.
Pero algo me atrajo de nuevo hacia ella. Fijé mis ojos en los suyos. Sentí su odio, su resentimiento. Rápidamente di vuelta mi cabeza para concentrarme en la estación en la que estabamos parando. Faltaban 3 para la mía.
Cuando quise reencontrarla, su lugar estaba vacío. Miré hacia adelante.
La tenía frente a mí. Parada. Si extendía una mano podría haberla tocado. No me habló, pero no hizo falta para sentir que me amenazaba. Con los ojos clavados en los míos siguió avanzando hacia la salida.
Quise distraer mi atención hacia otro lado, pero no pude. Posiblemente me atrajo la energía de su rechazo. Bajó. Empezó a caminar por el andén. Dio vuelta su cabeza, me buscó y me siguió mirando hasta que mi vagón desaparció de su vista.