lunes, 23 de septiembre de 2013

Adiós minino

Había una vez un gato negro. No compartía su vida con nadie, la consumía a fondo, libre y egoístamente. Como buen gato. Le gustaban los desafíos. Por eso por las noches, deambulaba por las vías del tren y cuando lo oía llegar, encrespaba su lomo, sus ojos amarillos se enfrentaban con las luces de la locomotora y cuando ya casi estaba encima de él, daba un salto felinesco, y recuperaba una nueva vida. Adrenalina mediante.
El no sabía que solo tenía siete y cuando se fue a jugar la octava, se le atascó una pata  y el tren lo aplastó.
Por la mañana fue a parar a una pala que lo llevó a un gran tarro de basura, dentro de una bolsa de nylon de no muy buena calidad.
Los empleados de la recolección cargaron las bolsas en el camión y salieron a buscar más. Cuando iban por Av. Libertador al 16.900, altura de San Isidro, uno de ellos al bajar del camión, se enganchó con la bolsa, otro la acomodó, hicieron chistes y no se sabe cómo el cuerpo del gatito volvió a la calle. No quería dejar de vagabundear.
Alguien se apiadó de él y lo puso en la vereda. Y ahí quedó, días y días, debajo de un cartel de publicidad de la Intendencia de San Isidro.
El tiempo lo fue consumiendo, dignamente. Su pelaje ocultó su descomposición. Se fue transformando en una alfombra negra, peludita, con forma gatuna.
Zafó de que lo mezclaran con el resto de la basura y se lo tragó la tierra que es donde su cuerpo la había pasado mejor.

viernes, 20 de septiembre de 2013

"Humos de Rey"





Hace un tiempo encontré este libro - de Ricardo León- en mi biblioteca. Sus hojas casi marrones y tapas de cuero. Con esta dedicatoria:
" Dedicado cariñosamente a Ulpiano"
Lupe ( 20-08-36)
Guadalupe era mi madre, que se ve que se lo regaló a mi padre para su cumpleaños, el 20 de agosto.
Lo leí hace poco. Acá va un fragmento:

"En la torre de los airosos voladizos tenía don Carlos sus aposentos, tales sin duda como estaban siglos atrás cuando allí vivía don Lope de Ulloa... Metido Araoz en su torre, de la que no salía como no fuese para ir a la iglesia o a cazar en el monte con sus criados más fieles, rara vez le veían allá abajo ( como él acostumbraba decir), esto es, en los pisos principales de la casa, donde, a derecha e izquierda, vivían sus hijos y sus nietos, en sendas mansiones modernizadas a trechos bárbaramente con menosprecio de los gustos de Araoz y desacato a la majestad del grave y noble edificio. Decir allá abajo significaba, pues, para el señor de la torre cifrar y resumir no solamente el desamor y el desgobierno de su familia y de su hogar, sino los males del siglo, la decadencia de la patria, la corrupción de la sociedad, el mundo entero con sus codicias, ridiculeces y liviandades; allá abajo era la ingratitud, la soberbia, la sinrazón, el egoísmo, la infidelidad y la anarquía, todas las plagas del reino de Luzbel...
Convaleciente a la sazón de unas calenturas leoninas que no pudieron derribar su naturaleza de roble, tornaba don Carlos a vivir ahora, tan fuerte y áspero como antes, pesaroso de no haberse muerto, renegando siempre de su familia, de su casta, de sí mismo, de las cosas de hogaño, de la humanidad entera"

Ulpiano murió antes de que yo pudiera conocerlo y Lupe no se sentía muy a gusto con mi castiza familia paterna. Pero de vez en cuando había que cumplir con la obligación de ir a ver a la abuela Rosa, que también vivía en la torre, como Don Carlos. Recuerdo muy bien la última vez que la vi, yo tendría cinco años y me llevaron, con mi mejor vestido y con las recomendaciones de mis mejores maneras, a visitarla. Me acerqué muy temerosa a darle un beso. Y me preguntó:
- ¿Y tu quién eres?

Con mis tías y tíos siempre tuve la mejor de las relaciones. Eran el mundo de mi padre y yo veneraba todo lo que de él viniera. Pero me puse de novia con un loco suelto, no tradicional y transgresor. Se vivía el boom de los 60.  No era el candidato ideal para mi familia de cuna gallega, por lo que NUNCA MÁS me hablaron. A mis tías no las volví a ver porque murieron antes de que yo me divorciara. Y a mi tío Nemo , mi padrino adorado, lo alcancé a ver una vez, le llevé a mis hijas para que las conociera, no hablamos de mi ex marido. Le perdoné que él no me hubiese perdonado porque necesitaba de esa parte de mi papá que él me ofrecía. Y al poco tiempo murió.

Lupe, mi madre, hija de vascos, tenía muchos hermanos. Entre ellos, Fito, un hombre simple casado con una señora de su edad, también muy sencilla, con la que tuvo dos hijos. Un buen día, esas cosas de la vida, lo tocó la varita mágica del amor y la pasión por una chica mucho más joven que él. Y se fugó con ella, dejándolo todo. Mi madre nunca se lo perdonó. Y cuando digo NUNCA, digo que tampoco le dirigió la palabra en el velorio de mi abuela Fermina, madre de ambos. Lo desconoció aún  en el dolor más profundo que puede unir a los hermanos.

No se si ese orgullo que no permite perdonar es característico sólo de los españoles. Debe tener su explicación en su historia, en odios pasados, guerras, preconceptos que se enquistaron y son imposibles de extirpar. Pero mi familia es española por todos lados y crecí sin comprender por qué preferían la soledad, las ausencias de sus seres más queridos antes de doblegarse a su voluntad, y entregarse al más noble de los sentimientos: el perdón.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Lolita

Estuve días leyéndolo.
Se terminó y ya nada es igual. El bar donde lo leía tiene eso, eso que tiene Humbert Humbert, su humor irónico, su psicopatía que aprendí a compartir, su amor obsesivo y prohibido. Esos moteles tan americanos, esas rutas con carteles de neón, ese auto destartalado y ese amor eterno y horrible y único y violento y tierno y abominable.
Ahora me siento en la misma mesa y abro otro libro, otra historia, de un autor francés con muchos premios, que había buscado hasta conseguirla.  Tiene otro olor, otro sabor, desconocido. Tengo todavía en mí el clima de Lolita y no puedo ni quiero reemplazarlo.
Recién vi el trailer de la película. La última, con Jeremy Irons. No tiene para nada el clima del libro de Vladimir Nabokov.
Todos los autores generan un ambiente que es su esencia. Al leerlos nos metemos en eso que los va a trascender, eso que algunos llaman alma, Dios o eternidad. Leer cualquier libro de Milan Kundera es entrar en su mundo que no se parece a ningún otro. Atravesar los espejos borgianos, cruzarnos con un tigre o volver al punto de retorno es estar en Borges. Asfixiarse en el universo sin salida de un castillo, de  un trámite burocrático sin fin, no poder dejar de ser un bicho horrible es transitar el universo kafkiano, irreproducible en una película. Sólo leyéndolo es posible meterse en él. Es el contacto con su esencia.
De eso se trata el ser.
No tiene nada que ver con contar una historia. Eso lo puede hacer cualquiera.
Si yo cuento la historia de Ema Zunz, es un cuento, como cualquiera. Leerlo es experimentar a Borges.
Cuando se termina un libro en el que nos metimos tanto, queda un vacío parecido a cuando alguien muy importante se va. Alguien a quien llegamos a conocer mucho
Y queda un hueco que corremos a llenar con  otro libro del mismo autor. Buscamos su clima, no la historia.
Hoy me compré "Pálido fuego"