viernes, 1 de julio de 2011

Field

Field saca lo mejor de mí. Debe haber un punto exacto en el hipotálamo donde estalla esa sensación de te amo, me gusta la vida, adoro el invierno y puedo ser George Sand y vivir una aventura con Chopin. Todo es posible cuando escucho el piano que interpreta una y mil veces el Nocturno numero 1. Pongo las dos manos en la taza de capuccino de vainilla bien caliente mientras me hundo entre los almohadones y miro por la ventana el mar helado y el viento esteño que dobla los árboles.
Seguro es algo químico, como cuando dos personas se atraen. La música pone en movimiento el aire que entra en el oído sin significar nada pero una vez que llega al nervio auditivo una neurona hace sinapsis con otra y asi ininterrumpidamente hasta llegar al hipotálamo donde quién sabe por qué selección de características, determinada melodía produce el estallido químico emocional que manda la información a la corteza cerebral y allá arriba surge la ingenua orden de la mirada enamorada, el impulso de bondad, las ganas de vivir.
Eso me pasa cuando escucho este piano. Y no es como la primera cucharada de dulce de leche que también provoca un estallido de placer que disminuye en la segunda. No, Field es capaz de sostener el placer por tiempo indefinido. Tal vez la música tenga en sí misma el antídoto contra la fugacidad.

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