domingo, 25 de noviembre de 2012

Muerte al sol

No me puedo acostumbrar a toparme con el cuerpo sin vida de un lobo marino en mis caminatas junto al mar. La soledad de ese montoncito inanimado, las moscas predadoras que lo revolotean, el olor fétido que al poco rato empieza a despedir me hace pensar en la indignidad de la muerte.
Hoy el sol de un domingo reluciente, la playa apenas poblada, el mar calmo, nos daba una sensación muy cercana a la felicidad. Y en la felicidad la muerte no cabe, no hay nada más ajeno.
Por eso al ver los dos cuerpos totalmente tapados con un género blanco y protegidos con una sombrilla, pensamos que era algún tratamiento rejuvenecedor, algún barro con algas que requería inmovilidad y permanencia a la sombra para lograr su efecto. Los miramos y seguimos caminando. Pero algo no cerraba. Había dos policías que hacían guardia frente a los cuerpos y, al observarlos bien, nos llamó la atención su extrema inmovilidad. Están muertos. Dijimos a la vez, y en voz alta.
Ningún curioso rodeaba la escena, sólo los uniformados que con un palo marcaban a su alrededor una zona de protección para que los caminantes no se acercaran. Y esperaban.
Nos sentamos a la distancia a esperar también. Tomé esta foto lejana, no quise faltarles el respeto acercándome, a lo que quedaba de estos dos a los que la vida acababa de escabullírseles haciendo lo que más les gustaba: pescar. Salieron en un botecito tres amigos, tal vez a la madrugada, confiando en el mar, libres en su  inmensidad, sin salvavidas, sin saber nadar, a la pesca de alguna brótola para hacer a la parrilla al mediodía del domingo. Pero el mar traiciona:  dio vuelta el bote y cuando pasó el barco de la patrulla salvó a uno justo en sus últimos esfuerzos por permanecer con vida y recogió el cuerpo de los otros dos. La ambulancia llegó rápidamente para llevarse al sobreviviente y los  dos cuerpos quedaron ahí, como los encontramos, tapados cada uno por un lienzo y una sombrilla blanca.
Blanco de paz, de tregua a la vida. De pausa para interrumpir la ingenuidad de creer en la eternidad. Tregua a la familia que los espera con la mesa puesta, tregua para el hijo al que no le permitieron ir con ellos y los espera para jugar a la pelota, tregua a la novia que quedo enojada porque ya no se banca los domingos de pesca y futbol. Tregua a la vida para que aprenda de una vez por todas que dura lo que dura un suspiro.
Al rato llegaron los forenses, los revisaron y después los camilleros que los tomaron por los brazos  y los subieron  para meterlos hábilmente en enormes bolsas negras. Como de residuos.
El residuo de sus vidas.

2 comentarios:

OLDBEAR dijo...

Buen relato de una realidad que me toco compartir en su vision...me angustia lo efimera que es la vida, que tanto esfuerzo nos demanda para transitarla y de pronto se nos va absurdamente en una simple salida de pesca..Valiente Tolenti por tener la capacidad de contar un hecho real tan triste!!!

Anónimo dijo...

Morir, tan natural como nacer pero lo negamos al punto de pensar que podemos llegar a ser eternos. No importa que nuestra vida sea corta o larga, lo importante es que tengamos conciencia de que un dìa se acaba , naturalmente... se acaba. Disfrutemos cada momento como si fuera el ùltimo , entonces.
Yo