Es inevitable. Siempre caemos y nos creemos que no se puede salir. No se puede ser hombre sin sucumbir en su remolino, sin enredarse en su pesadilla.
No hay fe, no hay meditación, no hay filosofía oriental que logre evitarlo.
Ni siquiera se puede dar vueltas en él SABIENDO que se va a pasar. Que va a aparecer la luz. Está en su esencia el hecho de creer a ciegas en su desgracia eterna. Como las pesadillas. Como el mito de la caverna. No sirve pensar que estamos soñando, levantarnos, ir al baño y darnos cuenta de que era solo una pesadilla. Volvemos a dormirnos y CREEMOS en ella.
Inevitable.
Pero de pronto aparece una luz. Chiquita. Feliz. Creíble también. Y entonces es más intensa que la horripilancia de la pesadilla.
Es intensa POR la horripilancia de la pesadilla. No podría existir sin su contracara.
Y vivimos lamentándonos de lo horrible
Sin sospechar nunca ( porque esa es la condición) que sólo es la causa de la intensidad de la felicidad.
3 comentarios:
si, si, y en la calma, el recuerdo de las lenguas de fuego y la respiración fétida del dragón nos hace valorar tanto un día de tibio sol invernal
Siii!pero porque nos aferramos tanto a la pesadilla?sabemos que siempre hay momentos en que nos invade unafelicidad que nos tendria que hacer olvidar lo otro y a veces lo logramos,pero,nos sirve?
esperando una luz. aunque sea chiquitita
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