Dorian Gray hizo un pacto con el demonio por su eterna juventud. Y es ficción.
Pero ya en el siglo XIV, Gilles de Rais mató a más de 800 niños de quienes abusó, antes y después de matarlos, y se bañó en su sangre para mantenerse joven. Murió ahorcado sobre una hoguera, sin una arruga.
Erzsébet Báthory, dos siglos más tarde, mató a más de 600 chicas, disfrutando de su agonía y cubriéndose con su sangre para escapar del deterioro físico y mantener su piel blanca, inmaculada. Sin el menor remordimiento.
Michel Jackson, renegando de su raza, desafiando su salud, transformó su piel y sus rasgos. Y sólo después de su muerte sabremos la verdad sobre su pedofilia.
Cuánto es capaz de apostar una mujer ( o un hombre) hoy después de los 40 para retener lo irretenible?
Ningún animal mata a otro para seguir siendo joven. Ninguno siente placer erótico matando cachorros de su misma especie. Ni de otra.
Sólo el hombre es capaz de gozar con la intervención de su intelecto. De crear su placer a su gusto. Tiene en su espíritu semillas del bien y del mal. Que germinan según las circunstancias le sean o no propicias. Puede ser santo. O demonio. O no llegar a ninguno de los dos extremos. Pero llevar en sí las semillas.
Un hombre sano, envejece y muere. Naturalmente.
La juventud física eterna no es posible. Pretenderla es demente. Casi diabólico.