domingo, 23 de marzo de 2014

Peligro, cincuentona de buena posición a la mesa


Perdón que la ilustración no sea exacta. No era él. Era ella. Una señora que pasó hace muchos los cincuenta. De las que luchan con el paso del tiempo. Rubia, pelo largo. Saquito atigrado. Sandalias con enormes plataformas. Anillos. Rolex.  Marido, en los sesenta, con gorra con visera y  remera rosa Lacoste. Almorzando frente al mar. En José Ignacio.
Nuestra mesa le daba la espalda al lateral de la de ellos. Que además estaba un escalón más arriba. La señora luchaba denodadamente con una corvina - pesca del día- a la parrilla. Atacaba con el cuatridente en alto. Se metía un bocado en su trompa prominente. Mientras, seguía la conversación con su pareja haciendo ademanes con el cuatridente en alto. Para aseverar más sus ideas, gesticulaba también con el cuchillo. Percibí el peligro y me puse de costado. El cuatridente casi se mete en mi pelo. Tomé distancia. La miré. Imaginé su auto, acorde con su vestimenta. El lugar adonde se dirigiría después de almorzar. Imaginé sus exigencias a la hora de conseguir el candidato para su hija mujer. Sus pretensiones como ciudadana, como socia de un club, el esmero que habrá puesto en el momento de seleccionar hace años el colegio para sus hijos. Y me volví a alejar para evitar que un pedazo de corvina viniera a parar a mi plato. Me distraje de mi ensoñamiento cuando vi que la señora estaba en problemas. Una espina se había metido entre sus dientes y con sus impecables uñas de su índice y su pulgar, recién esmaltadas de fucsia,   libraba una batalla campal para extraerla de entre sus molares. Sin dejar de discutir con su marido una idea que no pude acabar de entender. No porque no pudiera oírla, sino porque me desconcentraban el manejo de sus armas de mesa y su conflicto con el esqueleto del pez. Me fui alejando cada vez más hasta asegurarme de estar a salvo.
Mientras masticaba, sus cubiertos seguían en alto. Los codos apoyados sobre la mesa.
Cuando pidieron el café, me relajé.
Tenía el teléfono listo para sacarle foto. No a su cara, por supuesto, pero sí a sus manos con los cubiertos en alto. O tal vez filmarla. Pero mi marido se puso incómodo y desistí.